Bienvenidos a este, mi pequeño espacio. Las letras son mi pequeña obsesión, por lo que me encantaría compartir con vosotros los resultados de esta pasión. Compartiré mi opinión de los libros que vaya leyendo, pero además me gustaría que podaís leer mis propios cuentos, relatos y escritos. Es un espacio personal, pero espero poder convertirlo en algo que podáis disfrutar conmigo.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Hechizada

En el Reino entero se respiraba la tensión. La profecía se había cumplido y la hermosa princesa se había pinchado con la rueca encantada. Ahora estaría cien años sumida en un profundo sueño, junto a sus fieles servidores, que la acompañarían diligentemente en su letargo.

El mago de la corte, Alistair El Grande y su hijo, iban ahora hacia el Castillo, donde todos se prepararían para la siestecita.
–Así que tenemos que acompañarla ¡Pues vaya gracia!
–Hijo, no seas desleal. Ella es nuestra princesa y ha sido hechizada.

Padre e hijo entraron en el Gran Salón y sus miradas fueron directamente a la enorme cama con dosel rosa que había en el centro.
–Esto… ¿Papá?
–¿Qué quieres, Alistair?
El tono de su padre no invitaba precisamente a la conversación, pero Alistair tenía que insistir esta vez,  estaba claro que había algo que estaba mal, pero que muy mal.
–Ya sé que me lo has explicado, pero… ¿dijiste que la princesa estaba hechizada?
–Sí.
–Y su hechizo… –no parecía encontrar las palabras– ¿es de esos que te duermen?
–Sí, por completo.
Algo se había perdido en la traducción. Estaba seguro que no le había llegado la explicación al completo, y su cerebro trabajaba a toda prisa para encontrar lo que fallaba. Continuó hablando, a la espera de que su padre le ayudara a completar su razonamiento.
–Entonces… ¿Por qué la princesa se está acercando a nosotros sonriéndonos?
–No seas ridículo, hijo. La princesa ha sido hechizada, y tendrá que dormir cien años hasta que venga el Príncipe Encantador y la despierte. Ya sabes como son estas cosas. ¡De verdad, hijo, ni que fuera tu primera hechizada!
–Es la primera que me saluda…
–Deja de decir… –pero no terminó la frase porque una voz preocupantemente parecida a la de la princesa le interrumpió.
–¡Por fin! Señor El Grande, Alistair hijo. Me alegro de veros, seguro que pondréis fin a este desgraciado malentendido.

Alistair tuvo que reconocer que, para estar hechizada, la voz de la princesa sonaba tan autoritaria y vital como siempre. Debía ser parte del encantamiento…
–¿Qué ha pasado, princesa?
–¡Oh! ¿Me hablas? ¡Qué bien!
Ahora la princesa parecía entusiasmada, e incluso dio unos cuantos saltitos de emoción nada regios.
–¡Hijo! No puedes hablar con la princesa. Ya te he explicado que está en un profundo sue…
–¡Ja! –lo interrumpió la voz, nada somnolienta, de la princesa.
El mago la miró con reproche antes de recordar que la princesa estaba dormida profundamente, así que no podía haberle interrumpido. No, la princesa debía estar en su lecho. Así que, efectivamente allí estaría. Decidió concluir como si nadie le hubiese interrumpido, como de hecho debería haber sido –…sueño.
Pero la princesa no era de la misma opinión:
–Verás, Alistair. Resulta que esta mañana me pinché con la rueca y se ha armado todo este jaleo por eso… ¡Para que luego digan que hacer manualidades relaja!
–Y… ¿Cómo estás?
–Bien. Aunque se me ha hinchado el dedo un poco, me puse antiséptico en la herida y una tirita, ¿ves?
Levantó el dedo para mostrarlo y, exactamente, allí estaba la tirita.
–Pero ¿no tienes sueño?
–No, ni un poquito. Después de las primeras nueve horas, ha sido realmente aburrido.

Alistair estaba confuso, pero no tuvo tiempo de darse cuenta porque el Rey llegó hasta ellos, y su real presencia lo inundó todo. Literalmente, puesto que era enorme.
–¡Amigo mío! ¡El Grande! Tú podrás convencerla.
–Mi rey, ¿cómo se convence a una dama dormida de que duerma?
–Gran mago, te juro que ya no me queda mucho por probar…
El rey se volvió a su hija, con ojos implorantes.
–Vamos, cariño. Sólo será una siesta de nada. Cierra los ojos, y ya verás como lo siguiente que ves es al Príncipe Encantador.
–¡Eso no te lo crees ni tú, papá! ¡Cien años! ¿Qué se supone que voy a hacer cien años? ¿Contar ovejas?
–Pero el Príncipe… –insistió su padre.
–El Príncipe puede irse con viento fresco ¡Si ni siquiera ha nacido aún!
–Pero es un buen partido, la profecía dice que es de un Reino muy próspero.

 El Rey miró implorante a su alrededor. Su mujer, la reina, acudió en su ayuda.
–Y guapo, hija. El Príncipe Encantador es muy guapo, lo dice…
–Sí, sí, la profecía. Pero también decía que yo caería en un profundo sueño y eso NO ha pasado.
–¡Es por cabezonería! Igual que su madre, sólo lo hace para llamar la atención. –apuntó el Rey a Alistair el Grande.
La princesa hizo un gesto con las manos que podría haber parecido el de estrangular a alguien, claro que, estando encantada como estaba, eso era imposible.
–¡Hada Madrina! –gritó la princesa con una voz bastante cercana a la desesperación. La pobre debía estar teniendo una pesadilla, pensó Alistair el Grande.

Inmediatamente se personó ante todos la buena de Gertrudis, el Hada Madrina de la princesa.
–¡Hola, mi niña! ¿Cómo estás?
–Hechizada. –Contestó Alistair el Grande por ella, ganándose una mirada de pura ira de la princesa, mirada que el mago decidió que no había ocurrido.
–¡Oh! –Fue lo único que se le ocurrió a Gertrudis.
–Tal y como está escrito, mi hija se pinchó con la rueca encantada por la Bruja Mala, y ahora está condenada a un plácido sueño hasta que el Príncipe Encantador la despierte.
–El GUAPO Príncipe Encantador, que la despertará con un dulce beso. –intervino la reina mirando a su hija con convicción, como si, a fuerza de mirarla, la princesa fuese a caer dormida allí mismo.
–¡Esto es una locura! –exclamó la princesa.
–Bueno, si la rueca estaba maldita no se puede hacer nada. Pero… ¿estáis seguros que está maldita? A lo mejor era una rueca normal y corriente. –dijo el Hada Madrina sin mucha convicción.
–¡Que alguien llame a la Bruja Mala! Ella nos ha metido en este embrollo y ella nos sacará. –sentenció el rey de forma tajante.
Se produjo un momento de incómodo silencio en el que unos miraban a otros.
–¿Nadie tiene su teléfono? ¿Alistair? –Insistió el rey a punto de perder su regia dignidad.
El mago parecía más incómodo de lo que había estado hasta entonces.
–Es que… bueno, ya sabe, mi rey, no nos cae muy bien… una vez me dio su número, pero lo borré. Entiéndame… ¿Para qué iba a querer alguien llamar a la Bruja Mala? Con lo mala que es…
El Hada Madrina se apiadó del pobre mago, y cortó su verborrea antes que el rey, en su infinita benevolencia, mandara que le cortasen la lengua al desdichado.
–La cosa es que, si Mala dijo que embrujó a la niña, lo hizo. Esa mujer será muchas cosas, pero mentirosa, no. Si os dijo que la encantó, es verdad.
El rey pareció conforme y volvió a mirar a su hija con expresión de triunfo en los ojos. Ella se limitó a poner los ojos en blanco y a continuación buscó con la mirada algún aliado que reconociese que había alguna clase de error. Sus ojos dieron con el Visir del Reino. Si alguien iba a estar en contra de desperdiciar cien años, ese, sin duda, sería el Visir.

–¡Visir! Usted… usted siempre tiene una cosa de esas… ¿Cómo se dice? Un horario con un montón de cosas que hacer…
–Una agenda.
–¡Eso! Gracias. Usted siempre tiene una agenda que cumplir. ¿Qué le parece perder cien años durmiendo? ¿No le parece una pérdida de tiempo?
El Visir carraspeó incómodo. Realmente no le hacía mucha gracia aquello de pasarse todo un siglo sin hacer nada, pero la verdad era que la princesa había caído en la maldición, y si fuera una princesa como se debe ser se limitaría a estarse en su sitio… Suspiró, tenía que darle la razón a la princesa si no quería pasarse los próximos cien años escuchándola.
–La verdad… sí,  me parece una pérdida de tiempo enorme.
Está vez fue la princesa quien miró a su padre con el triunfo en los ojos, pero su padre no puso los suyos en blanco, más bien se puso todo él de un rojo furioso que atemorizó por completo al ya de por sí nada valiente Visir.
–Pero el Príncipe… –insistió la bienintencionada reina.
–Mamá, no me gusta ese hombre. ¿Has leído la profecía? ¡Va a matar a Dobsy!
–Bueno hija, no puedes culparlo. Ya te dije yo que un dragón no es la mascota adecuada para una princesa.
–Un caniche, eso sí habría sido una mascota apropiada. –intervino Gertrudis.
Alistair hijo notó que todos los presentes parecían estar a punto de saltar de sus resortes para acomodarse en una posición totalmente fuera de sí.
–Bueno princesa, si no le gusta el Príncipe Encantador, ¿por qué no elige a otro para que la desencante? Así se rompería el maleficio y usted despertaría, ¿no?
Todo el mundo estuvo inmediatamente de acuerdo con el joven mago, que por un momento se sintió demasiado abrumado por las miradas de aprobación del rey, su reina, la hermosa princesa, el Hada Madrina, y lo que era más sorprendente, su padre. Aquello lo mareó.
–Está bien. Bésame. –dijo la princesa, dispuesta ya a cualquier cosa por terminar con aquello.
–¡Alto! Ni se te ocurra, hija, él es un mago y algún día será el Gran Mago de la Corte, como lo es ahora su padre.
–¿Y qué, mamá?
–¿Cómo que “y qué”? ¡Pues que no puedes besar a un futuro empleado, eso es acoso! Además, si lo besaras se convertiría en tu príncipe y os casaríais.
La princesa, consciente de su delicada situación, decidió que ya trataría más tarde ese punto.
–¿Hay algún príncipe? –llamó a la desesperada Gertrudis, que estaba deseosa por ayudar.
Un muchacho desgarbado carraspeó al fondo y levantó la mano tímidamente.
–¡Perfecto! –exclamó la reina– Bésala y luego os casáis.
–Es que… verá, no estoy muy seguro… –empezó el joven príncipe.
–¿No quieres besarme? –la princesa estaba demasiado sorprendida para sentirse ofendida, toda su vida había pensado que los príncipes siempre querían besar a las princesas. En fin, le había ocurrido así a Blancanieves, a Cenicienta, y… bueno, se suponía que a ella. Claro que nada estaba pasando como se suponía.
El príncipe parecía estar a punto de partirse en dos de tan tenso que se veía. Además, se sonrojó al mirar a la princesa.
–No, si con lo del beso no tengo ningún problema. Incluso más de uno, si quieres. Es lo otro, lo de la boda.
–¡Los hombres y su miedo al compromiso! Lo que faltaba. –la reina daba toda la impresión de estar reviviendo en su mente alguna conversación mantenida años atrás, y por alguna razón que Alistair no pudo comprender, el rey de pronto parecía mucho más pequeño que antes.
–Besa a la niña y acabemos con esto.
El joven príncipe fue muy consciente de que no estaba en su reino y que los guardias que lo rodeaban no eran los suyos.
Finalmente, se acercó a la hermosa princesa. En honor a la verdad, hay que decir que parecía más un hombre a punto de saltar de un edificio en llamas desde demasiada altura para sobrevivir. Pero besó a la princesa, rompiendo así la maldición. Se casaron, comieron perdices y fueron…

–¡Alto!
¿Perdón?
–Sí, tú. El narrador. ¿Crees que voy a casarme con un príncipe sólo por un triste beso? ¿No has oído hablar de la liberación de la mujer?
–Ejem… sí, sí. Claro. Perdón. –dijo el narrador, es decir, yo. – Entonces, ¿qué le parece este final, princesa?

Una vez rota la maldición el Reino entero celebró con sus reyes la alegría de volver a estar despiertos después de… bueno, después de un día. La princesa dio las gracias al joven príncipe y le juró que siempre sería su amiga. Después montó en Dobsy y salió a recorrer el mundo en busca de aventuras, lejos de cualquier rueca. Puede que, algún día, cuando ella esté preparada y sólo si encuentra al príncipe adecuado que la quiera y la trate como a una igual, puede que sólo entonces, se casen, sean felices y coman perdices.
–Sí, perfecto. Muchas gracias. ¡Ah! Pero nada de comer perdices, no me gustan. Bueno, adiós.

La princesa se volvió con una radiante sonrisa en el rostro y se montó en su dragón. Pero esto ya lo he contado.
                                                 

8 comentarios:

  1. Bueno es un viejo cuento explicado de forma moderna,con mucho sentido del humor,como siempre imaginación a raudales y manera de describir el cuento sublime...

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  2. Menuda vuelta de tuerca más graciosa le has dado al clásico cuento!!!
    me ha gustado mucho la narración y las salidas de la princesa!!
    Un saludo!!

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  3. Me he reído muchísimo con el cuento, en verdad que tienes una imaginación increíble y lo has escrito muy bien. Me gusta el lenguaje elegante y moderno al mismo tiempo :)

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  4. Original, gracioso, una nueva versión del cuento. Muy bueno, la verdad es que me has hecho reír. Sin duda que tu versión del cuento nada tiene que envidiar a la original.

    Un besote
    Kike

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