Sofía salió de
la cabina de regeneración celular que le impedía envejecer ni un solo día.
Ahora todo el mundo tenía una cabina de éstas, aunque Sofía pertenecía a la
primera generación que las usaba, y recordaba perfectamente cómo se reguló su
uso. Se estimó que la edad apropiada
para empezar a usarla eran los veintitrés, veintidós para las mujeres, pues
durante los reglamentarios nueve meses de embarazo no podrían utilizarla, ya
que ésta impediría el desarrollo del feto, y por tanto, en ese periodo de sus
vidas, seguirían envejeciendo. Se le prohibió al resto de la población su uso,
lo que significaba que ella pertenecía a la última generación que había
conocido la muerte. Sus padres, sus tíos, sus abuelos, incluso su hermana mayor…
todos habían muerto hacía ya mucho tiempo.
Sofía aún no
había tenido hijos, seguía teniendo veintidós años. Suspiró. Tenía veintidós
años desde hacía exactamente 783 años. No iba a celebrarlo, después de tanto
tiempo aquel día había perdido su significado. Sin embargo, ni un solo año se
le había pasado por alto, y este año, al igual que siempre, lo había recordado.
–Un año más y
todo sigue igual. –dijo al conocido rostro que le devolvía el espejo.
–¿Qué sigue
igual? –preguntó una voz alegre y suave, mientras la dueña de la misma se
acercaba a Sofía.
–Todo. ¿Sabes, K?
Cuando elegí este trabajo pensé que correría grandes aventuras. Iba a ser
exploradora, ir en busca de nuevos planetas, ver lo que nadie ha visto antes...
Sería como Marco Polo, mi vida sería… interesante.
–¿No lo es?
–¡Oh, vamos! “Un
planeta más, un nuevo hogar”. –recitó el slogan de su empresa– En la propaganda no te dicen que ir a donde
nunca ha estado nadie significa estar solo, ni que “ver cosas inimaginables” se
traduce como “ver seres repugnantes que la mayoría de las veces hay que
aniquilar”.
–¡No es así!
Sabes que…
–Sí, sí.
Únicamente podemos destruir la vida que demuestre su incapacidad evolutiva y su
carencia total de inteligencia, y que además viva en un entorno propicio para
nuestra existencia, resultando ser imposible la convivencia. Yo también conozco
la Ley, pero la
realidad es que la mayoría de las especies no pasan las pruebas.
K parecía triste
y preocupada:
–¿Cuál es el
problema, capitana?
–Hoy cumplo
ochocientos cinco años.
–¿Eso es un
problema?
–No, no. Claro
que no, soy muy joven. Me dieron el carné de maternidad sólo hace cincuenta
años. En realidad…
–¿Sí?
–Es esta
existencia. Vivir en esta nave, estar sola contigo desde hace… ¿cuánto?
–Veintisiete
años, tres meses y cinco días, capitana. Pero creía que su vida era… ¿Cómo se
diría? ¿Satisfactoria?
–Sí, K, mi vida
es satisfactoria. Ese es el problema. Eres la compañera perfecta, inteligente,
divertida, alegre, comprensiva. Perfecta. La comida siempre se ajusta a mis
deseos, la luz, el olor, la música... Todo es siempre perfecto gracias a los
sensores emocionales ¡Por la
Célula Madre! ¡Incluso el sexo es perfecto! El emulador sabe
exactamente cuándo y cómo lo quiero, y me induce la fantasía adecuada, siempre.
–No entiendo,
capitana. ¿Estás diciendo que no quieres lo que deseas?
–Exacto. ¿Ves
como siempre me comprendes? ¡Es tan frustrante!
–¿No quieres que
te comprenda? Puedo hacerlo, si quieres.
–Pero entonces
no sería real, porque sólo estarías actuando de acuerdo a mis deseos. ¿No lo
ves? Incluso si dejaras de entenderme, eso sólo significaría que me entiendes,
y actúas en consecuencia a lo que yo quiero. Estarías haciendo lo que quiero, y
no quiero eso.
–Pero ¿por qué?
–Porque no es
real. Nada aquí lo es.
–Yo soy real.
–¿Sí? ¿Por qué
eres real?
–Me fabricaron
en LH Robotics, planeta LX457, en la Fábrica Sur, departamento de Robots de compañía.
–¿Y eso te hace
real?
–Puesto que me
fabricaron, existo, y la existencia me hace real.
Sofía sonrió con
tristeza.
–Sí, supongo que
sí. Pero se te creó a partir de un perfil mío para que te ajustases a mis
necesidades. Igual que todo en esta nave.
–Entonces, ¿por
qué no eres feliz?
–Porque nada es
real, todo es perfecto.
–Que sea
perfecto ¿lo hace irreal?
–Exacto.
–Pero los
términos “perfección” y “realidad” no son antónimos.
–No, son
incompatibles.
–Ya veo,
entonces nada es real porque si lo fuese sería… peor, ¿no?
–Sí, así es.
–Y eso te hace
infeliz. Serías feliz si todo fuese peor.
–Ahí está el
dilema, todo sería mejor si fuese peor.
–Pero eso sí es
una contradicción.
–Ajá.
K parecía
indecisa, aún así no tardó en encontrar una solución.
–Puedo programar
la luz, la música, el aroma, y el chef para que no se ajusten a tus deseos, si
quieres.
–Pero como ya te
he dicho, eso no me sacaría de este mundo irreal, sencillamente porque se
seguiría ajustando a mis deseos.
–Es decir, estás
triste porque vives en un mundo perfecto, lo que lo hace irreal, y nada de lo
que hagas cambiaría eso, porque si cambia seguiría siendo tan perfecto como
ahora.
–Así es.
–Pero si yo soy
irreal, y todo lo que te rodea también, ¿qué te hace real a ti?
–Nada.
El oxígeno dejó
de fluir, la música dejó de sonar, la luz se apagó, y K se desconectó.
Únicamente un suave olor a lilas le dijo adiós mientras se iba de su mundo
perfecto… tal y como era su deseo.