Bienvenidos a este, mi pequeño espacio. Las letras son mi pequeña obsesión, por lo que me encantaría compartir con vosotros los resultados de esta pasión. Compartiré mi opinión de los libros que vaya leyendo, pero además me gustaría que podaís leer mis propios cuentos, relatos y escritos. Es un espacio personal, pero espero poder convertirlo en algo que podáis disfrutar conmigo.

lunes, 31 de diciembre de 2012

El papel en blanco



El papel en blanco. La pesadilla de todo escritor. El mayor miedo que una persona que se dedica a volcar su vida en el papel es que, un día, al ver una hoja en blanco, no sea capaz de llenarla de sentimientos, de emociones, ni siquiera de garabatos.
El maldito papel en blanco. Debería haber un nombre para el síndrome del escritor con pavor a ese dichoso momento.
Eso era lo único que podía pensar mientras veía parpadear la barrita que escribe las letras en el ordenador. ¿Cómo se llamaría esa barrita? Lo estaba poniendo nervioso, más nervioso de lo que le ponía saber que su próxima y esperada novela no iba a ser un éxito, y no lo iba a ser por la sencilla razón de que era incapaz de escribirla.
Una frase, sin tan sólo fuese capaz de escribir una frase, el resto de la historia seguiría sola, como un todo, incapaz de interrumpirse. Las historias eran así, llegaban y en el momento en que nacían iban creciendo y desarrollándose solas.

      Siempre lo habían considerado un gran escritor, cuya inventiva y capacidad de desarrollo era única. Lo que la gente no sabía es que esas historias no las inventaba él. Bueno, no del todo. Las historias, las buenas al menos, se escribían solas, ellas eran las que te iban indicando el camino a seguir, la personalidad de cada personaje hacía que sucediese una cosa u otra, y las situaciones, como en la vida, no eran más que acontecimientos que se desarrollaban de forma natural, por inercia, digamos. ¡Pero para que eso pasase tendría que tener un principio! Un simple punto de partida, una Singularidad a partir de la que surgiese un Big Bang. Y él, no tenía esa Singularidad, ese inicio de todo.

        Suspiró, vertió otro trago de whisky en su vaso y mientras lo tomaba, empezó a reflexionar sobre su vida. Recordó el joven escritor lleno de ideas que había sido, cómo había luchado con editores para llegar a publicar su primera novela. Sonrió. “Luces de otoño” había alcanzado el éxito en cuanto convenció a alguien de que la publicaran. A la crítica le había encantado, aquella novela era su primer hijo por así decirlo, y estaba orgulloso de lo que había llegado a ser, una historia que incluso hoy, más de veinte años después, seguía vendiéndose. Desde aquel éxito, su vida había sido una sucesión de hechos causales. Para él, aquel era su punto de partida. Desde ese momento, su sueño dejó de ser un sueño para convertirse en la más maravillosa de las realidades. Novela tras novela, éxito tras éxito, hasta este maldito bloqueo, hasta que llegó una página en blanco que no quería ser escrita. Sorbo a sorbo de whisky empezó a preguntarse por qué quería seguir escribiendo si ya no tenía nada que contar. ¿Era por la fama? ¿El prestigio? Desde luego no era por el dinero, podía vivir bien con los derechos de sus libros ya publicados, así que por qué. Volvió a pensar en el joven que fue, en la ilusión de aquel chiquillo por hacer llegar a la gente sus historias, su mensaje, quería cambiar el mundo. No como los activistas por los derechos humanos, o las personas que dan su vida por una causa. Él pensaba que cada uno cambia el mundo a su manera, y él quería cambiar el mundo, sí, el mundo de cada persona que leyese sus historias. ¿Lo habría conseguido? Quizás había, veinte años después, algún joven que le debiese su vocación, o quizás alguna mujer lo había dejado todo para perseguir su sueño, como había hecho la protagonista de uno de sus libros. O tal vez, su forma de cambiar el mundo hubiese sido más modesta aún, y simplemente había ayudado a soportar una realidad demasiado dura a alguien, evadiendo del mundo a esa persona, creando un refugio, un lugar en que sentirse seguro.
Sí, después de tantos años, tantas historias, tantos reconocimientos… quizá había cambiado el mundo de alguien… o quizás no. ¿Era por eso que tenía que seguir escribiendo? ¿Para poder cambiar a alguien? No, hacía tiempo que había dejado de ser ese chico ingenuo. Y entonces se dio cuenta. Primero dejó de escribir para cambiar el mundo y empezó a escribir porque tenía algo que contar, más tarde también dejó de escribir por ese motivo y lo hizo para pagar las facturas, la escuela de sus hijos, las vacaciones en la playa, el programa en el extranjero de su hija, la casa con piscina…

        ¿Y ahora? Ya no tenía nada que pagar, podía vivir tranquilamente de las rentas, tampoco tenía nada que contar, y desde luego ya no esperaba cambiar la vida de nadie.
Eso habría frustrado a algún otro, pero acababa de descubrir que ya no tenía ningún motivo para escribir, para sentirse presionado por aquel bloqueo. Dio otro trago de aquel whisky escocés, miro la pantalla en blanco del ordenador. La rayita de nombre misterioso seguía parpadeando, invitándole a escribir. Apagó el ordenador, decidió levantarse, salir a pasear con su mujer y disfrutar la vida. Ya no tenía un motivo por el que escribir, pero sí muchos por los que vivir.
Aquella noche, cuando volvió a su casa, no encendió el ordenador. Cogió un bolígrafo y empezó a escribir en un folio, luego en otro…
Aquella fue su obra maestra, la obra que cambio el mundo de muchas personas… y la escribió sin ningún motivo.

viernes, 28 de diciembre de 2012

OPINIÓN: Drácula, el no muerto

Acabo de terminar "Drácula, el no muerto" y bueno, al margen de que me parece oportunista que un sobrino bisnieto de Bram Stoker decida continuar la historia basándose en supuestos escritos de su tito, hay va mi opinión. Lo mejor del libro, ver a los personajes años después de los sucesos y cómo les ha pasado factura, en una evolución lógica de las personalidades de cada uno de ellos. El ritmo de la narración es bastante acertado, aunque en este caso no se trata de los diarios de nadie, este cambio en el estilo favorece la narración. Por otra parte, Drácula no es el protagonista de este libro, sino una prima suya que tiene muy mala leche, y que hará que el grupo que se enfrentó a Drácula años atrás tengan que volver a luchar contra el mal, pero claro, ¿están dispuestos a pasar por eso de nuevo? ¿o veinticinco años después creen que ya es hora de pasar el relevo? Al fin y al cabo son cincuentones... bueno, Van Helsing es más viejo aún.  Pero lo peor,

SPOILER.......

la humanización de Drácula, jamás le perdonaré a Dacre Stoker que me lo haya desmitificado, que ya no encarna el mal. ¿Qué es eso de que ahora Drácula es bueno? ¿Por qué lo reduce a un guerrero enamorado y con ideales? ¿Que la mala era otra? ¡Venga ya! Ese Drácula no es el que yo quiero, la moda de que los vampiros tienen su corazoncito está bien, pero no me hagáis eso con Drácula...

En definitiva, un libro para leer pero con cuidado, pues si te encantó Drácula, a lo mejor te llevas un chasco. Quizá si se llamase de otra manera y no tuviese nada que ver con Drácula...

Cuestiones familiares


Odiaba esa estúpida capucha roja. Todos los descendientes de brujas tenían que llevar una que los diferenciara del resto de los aldeanos, como si por llevar en la sangre genes de bruja fuesen a mutar en dragones y a comérselos.  ¡Y menos mal que ella misma no era una bruja! Si no, se habría visto como su abuela, desterrada de la aldea a un triste caserón apartado de todo. Suspiró. Al menos le dejaban llevarle cosas todos los días.
Así que se puso la odiada capucha y emprendió el camino al sórdido bosque. El bosque, como casi todos, tenía muy mala fama, que si lobos que derriban casas soplando, que si siniestros enanos mineros, que si ancianas que te ofrecen fruta en mal estado… ¡Paparruchas! Todos los días paseaba por el bosque y nunca vio nada más peligroso que un jabalí, lo que por otro lado, era bastante peligroso.
-¡Abuela! Ya he llegado. Hoy te traigo un retal de tela, te podrás hacer un abrigo calentito. ¿Abuela?
-Wof.
La niña se volvió.Su abuela no tenía ningún perro, pero efectivamente, eso había sido un ladrido.
-Wof.
En el umbral de la cocina había un perro gris. No era especialmente amenazador, pero la niña era precavida.
Le tiró la canasta.
¿Qué estaba viendo? El chucho parecía ofendido. ¿Y estaba…? Sí, estaba dándole la espalda con un porte que recordaba más a una dama en la corte que a un perro en un caserón.
-Mmm...
-Wof.
¿El perro  estaba cabeceando como si quisiera que le siguiera?
-Ni de coña. He leído lo suficiente como para saber que si voy a casa de mi abuela y hay un animal que puede morder en vez de ella, mejor salgo por patas. Las mías no las tuyas. No te ofendas, perrito.
 Entonces el perro salto sobre ella.
-¡Mierda! ¿Ahora me comerás si no llega a tiempo un guapo leñador?
La niña no podía estar segura, pero… ¿Había visto exasperación en los ojos del perro?
Entonces el perro se la quedó mirando fijamente desde su posición. Puesto que la había tirado al suelo y el chucho parecía bastante interesado en que lo mirase a los ojos, la niña decidió seguirle la corriente.
<<Espero que no me ataque si lo miro, como hacen los gatos>> Pero entonces, pareció reconocer aquellos ojos.
-¿Abuela?
El perro, perdón perra, se sentó en el suelo y dio un ladrido. Parecía contenta.
-¿Pero cómo…?
La perra, o la abuela según se vea, agarró la manga de su nieta con los dientes y la arrastró a la cocina.
En la cocina había un gran libro de hechizos y un montón de ingredientes dispersos por la encimera. Evidentemente, su abuela había hecho un hechizo.
-¿Abuela, querías convertirte en perro? No es que me moleste, pero... ¿Porqué no un animal más atemorizante? Yo me convertiría en dragón, o…en hurón. ¿Qué? Los hurones son muy agresivos y escurridizos.
La abuela se llevó la pata a la cabeza y se tapó los ojos. La niña se indignó un poco.
-¿Te conviertes en un perro que ni siquiera tiene pedigrí, y la decepcionada eres tú? Mamá debe haber aprendido de ti su decepción perpetua hacia todos.
La perra parecía cansada, era comprensible. Aquel chucho seguro que tenía más años de los que correspondían a un perro.
La niña cogió el libro de hechizos.
-Bien ¿Qué buscamos? Hechizo para hacer dormir, hechizo para convertir una calabaza en carruaje, hechizo de amor… Abuela, aquí no hay nada.
La perra le gruñó.
-Está bien…seguiré buscando. Hechizo para que te crezca el pelo ¿Puedo echárselo a la mujer del alcalde y que se convierta en la mujer barbuda?
Otro gruñido.
-Abuela, qué aburrida eres. Hechizo para ser joven, hechi…
-¡Wof wof wof!
-¿Para ser joven? ¿En serio? Pues no pareces una perra muy joven.
Por un momento, la niña tuvo un poco de pena, su abuela parecía avergonzada.
-Está bien, veamos. Azúcar, miel, ajonjolí, canela…¡Eh! Con esto podría salir un dulce muy rico. Mira, aquí está el fallo. Has echado cardamomo en vez de canela. Mira que te he dicho veces que pongas los letreros más grandes.
Toc, toc, toc.
-¿Esperas a alguien, abu?
La niña fue a la puerta… ¡Wow! ¡Que hombre! Era guapo, guapo, guapo, y se estaba quedando corta.
-Hola guapa. Está… ¿tu tía? O tu hermana, supongo.
La niña miró inquisitivamente a su abuela. Con que poción de juventud… eso lo explicaba todo.
-No, verás. ¿Ves ese perro?
-Grrrrrrrr
-Sí, el que gruñe. Se la ha comido.
El Hombre estaba entre divertido y horrorizado ¿qué les pasa a los niños de hoy en día? Bueno, mejor era seguirle el juego, quería caerle bien a la familia de su amiga… por si acababan siendo algo más.
-¿Y qué hacemos?
-Mmm… En el cuento, el leñador le llena de piedras el estómago. -sentenció la niña.
<Será macabra la criatura… ¡Pero si no tiene más de diez años! Qué curioso, el perro parecía estar asustado ¡Como si nos entendiera!>
-¿Pero tu no querrás hacerle eso a un perrito, verdad?
La niña puso cara de sádica.
-¿Wof?
…..
El silencio se hizo tangible, tanto que el guaperas empezó a notarlo sobre su cabeza, húmedo, pegajoso y terriblemente pesado. Todos empezaron a ponerse nerviosos, menos la niña, a la que esto le parecía de lo más divertido.
-No, supongo que no.
¿El perro había suspirado?
La niña suspiró.
-Mi Abuela estará enseguida.
-¿Abuela?
La niña tenía cara de haberse comido todos los dulces antes de la cena.
-Sí, mi abuela. -miró a la perra- Es que tuvo a mi madre muy joven.
El hombre parecía confundido. La mujer con la que había quedado tenía veinticinco años. Si tenía una nieta de diez… Sacudió la cabeza, las cuentas no eran lo suyo, pero juraría que algo no cuadraba.
La niña dio un saltito y se fue a la cocina y la perra, que debía ser suya, la siguió.
-Bien, según esto, si añado un poco de láudano y de… ¡Listo!
La perra parecía más bien desconfiada, pero se acercó lentamente al plato que su nieta había puesto en el suelo.
¡Puf! Segundos después, y tras la nube de humo reglamentaria en la habitación, estaba su abuela, vieja como siempre y con muy mala cara.
-¡Niña, deprisa! ¡Que está esperando! Con que llenarme de piedras la barriga…
-Abu, ¡era broma!
La niña ayudó a su abuela, y en un periquete una joven de veinticinco años salió de la cocina.
-¡Wow! ¡Abu, estás impresionante!
-No me llames abu. Sabes que no soy tu abuela, querida.
La abuela parecía querer decirle algo… o estaba experimentando algún tipo de efecto secundario que hacía que sus facciones se contrajeran en una especie de mueca asesina.
-Es mi sobrina, ¿sabes?
-Ah, eso lo explica todo. Aunque creía que eras hija única.
-Lo soy, ¿por qué?
El hombre parecía confuso.
-Menos mal que no es tan listo como guapo, ¿eh, abu?
-Niña, ¿no tienes que irte?
-Nop.
No se perdía esto ni loca, ¿la abuela con una cita? Juas, esta tarde iba a ser entretenida. O no, porque su abuela estaba poniendo su cara de “o haces lo que te digo o te convierto en larva durante tres meses”.
-Vaaale. Me voy. Aburrida.
-Que niña tan simpática.
-Sí, es la hija de una vieja amiga.
-¿No era tu sobrina?
-Qué disparate, no tengo hermanas. ¿Vamos a pasear?
El Hombre sonrió, mucho se tenían que torcer las cosas para que esta noche no triunfase…
La abuela sonrió, tenía unas horas de juventud, un buen mozo, y… ¡Mañana se encargaría de esa descarada nieta suya!

Hechizada

En el Reino entero se respiraba la tensión. La profecía se había cumplido y la hermosa princesa se había pinchado con la rueca encantada. Ahora estaría cien años sumida en un profundo sueño, junto a sus fieles servidores, que la acompañarían diligentemente en su letargo.

El mago de la corte, Alistair El Grande y su hijo, iban ahora hacia el Castillo, donde todos se prepararían para la siestecita.
–Así que tenemos que acompañarla ¡Pues vaya gracia!
–Hijo, no seas desleal. Ella es nuestra princesa y ha sido hechizada.

Padre e hijo entraron en el Gran Salón y sus miradas fueron directamente a la enorme cama con dosel rosa que había en el centro.
–Esto… ¿Papá?
–¿Qué quieres, Alistair?
El tono de su padre no invitaba precisamente a la conversación, pero Alistair tenía que insistir esta vez,  estaba claro que había algo que estaba mal, pero que muy mal.
–Ya sé que me lo has explicado, pero… ¿dijiste que la princesa estaba hechizada?
–Sí.
–Y su hechizo… –no parecía encontrar las palabras– ¿es de esos que te duermen?
–Sí, por completo.
Algo se había perdido en la traducción. Estaba seguro que no le había llegado la explicación al completo, y su cerebro trabajaba a toda prisa para encontrar lo que fallaba. Continuó hablando, a la espera de que su padre le ayudara a completar su razonamiento.
–Entonces… ¿Por qué la princesa se está acercando a nosotros sonriéndonos?
–No seas ridículo, hijo. La princesa ha sido hechizada, y tendrá que dormir cien años hasta que venga el Príncipe Encantador y la despierte. Ya sabes como son estas cosas. ¡De verdad, hijo, ni que fuera tu primera hechizada!
–Es la primera que me saluda…
–Deja de decir… –pero no terminó la frase porque una voz preocupantemente parecida a la de la princesa le interrumpió.
–¡Por fin! Señor El Grande, Alistair hijo. Me alegro de veros, seguro que pondréis fin a este desgraciado malentendido.

Alistair tuvo que reconocer que, para estar hechizada, la voz de la princesa sonaba tan autoritaria y vital como siempre. Debía ser parte del encantamiento…
–¿Qué ha pasado, princesa?
–¡Oh! ¿Me hablas? ¡Qué bien!
Ahora la princesa parecía entusiasmada, e incluso dio unos cuantos saltitos de emoción nada regios.
–¡Hijo! No puedes hablar con la princesa. Ya te he explicado que está en un profundo sue…
–¡Ja! –lo interrumpió la voz, nada somnolienta, de la princesa.
El mago la miró con reproche antes de recordar que la princesa estaba dormida profundamente, así que no podía haberle interrumpido. No, la princesa debía estar en su lecho. Así que, efectivamente allí estaría. Decidió concluir como si nadie le hubiese interrumpido, como de hecho debería haber sido –…sueño.
Pero la princesa no era de la misma opinión:
–Verás, Alistair. Resulta que esta mañana me pinché con la rueca y se ha armado todo este jaleo por eso… ¡Para que luego digan que hacer manualidades relaja!
–Y… ¿Cómo estás?
–Bien. Aunque se me ha hinchado el dedo un poco, me puse antiséptico en la herida y una tirita, ¿ves?
Levantó el dedo para mostrarlo y, exactamente, allí estaba la tirita.
–Pero ¿no tienes sueño?
–No, ni un poquito. Después de las primeras nueve horas, ha sido realmente aburrido.

Alistair estaba confuso, pero no tuvo tiempo de darse cuenta porque el Rey llegó hasta ellos, y su real presencia lo inundó todo. Literalmente, puesto que era enorme.
–¡Amigo mío! ¡El Grande! Tú podrás convencerla.
–Mi rey, ¿cómo se convence a una dama dormida de que duerma?
–Gran mago, te juro que ya no me queda mucho por probar…
El rey se volvió a su hija, con ojos implorantes.
–Vamos, cariño. Sólo será una siesta de nada. Cierra los ojos, y ya verás como lo siguiente que ves es al Príncipe Encantador.
–¡Eso no te lo crees ni tú, papá! ¡Cien años! ¿Qué se supone que voy a hacer cien años? ¿Contar ovejas?
–Pero el Príncipe… –insistió su padre.
–El Príncipe puede irse con viento fresco ¡Si ni siquiera ha nacido aún!
–Pero es un buen partido, la profecía dice que es de un Reino muy próspero.

 El Rey miró implorante a su alrededor. Su mujer, la reina, acudió en su ayuda.
–Y guapo, hija. El Príncipe Encantador es muy guapo, lo dice…
–Sí, sí, la profecía. Pero también decía que yo caería en un profundo sueño y eso NO ha pasado.
–¡Es por cabezonería! Igual que su madre, sólo lo hace para llamar la atención. –apuntó el Rey a Alistair el Grande.
La princesa hizo un gesto con las manos que podría haber parecido el de estrangular a alguien, claro que, estando encantada como estaba, eso era imposible.
–¡Hada Madrina! –gritó la princesa con una voz bastante cercana a la desesperación. La pobre debía estar teniendo una pesadilla, pensó Alistair el Grande.

Inmediatamente se personó ante todos la buena de Gertrudis, el Hada Madrina de la princesa.
–¡Hola, mi niña! ¿Cómo estás?
–Hechizada. –Contestó Alistair el Grande por ella, ganándose una mirada de pura ira de la princesa, mirada que el mago decidió que no había ocurrido.
–¡Oh! –Fue lo único que se le ocurrió a Gertrudis.
–Tal y como está escrito, mi hija se pinchó con la rueca encantada por la Bruja Mala, y ahora está condenada a un plácido sueño hasta que el Príncipe Encantador la despierte.
–El GUAPO Príncipe Encantador, que la despertará con un dulce beso. –intervino la reina mirando a su hija con convicción, como si, a fuerza de mirarla, la princesa fuese a caer dormida allí mismo.
–¡Esto es una locura! –exclamó la princesa.
–Bueno, si la rueca estaba maldita no se puede hacer nada. Pero… ¿estáis seguros que está maldita? A lo mejor era una rueca normal y corriente. –dijo el Hada Madrina sin mucha convicción.
–¡Que alguien llame a la Bruja Mala! Ella nos ha metido en este embrollo y ella nos sacará. –sentenció el rey de forma tajante.
Se produjo un momento de incómodo silencio en el que unos miraban a otros.
–¿Nadie tiene su teléfono? ¿Alistair? –Insistió el rey a punto de perder su regia dignidad.
El mago parecía más incómodo de lo que había estado hasta entonces.
–Es que… bueno, ya sabe, mi rey, no nos cae muy bien… una vez me dio su número, pero lo borré. Entiéndame… ¿Para qué iba a querer alguien llamar a la Bruja Mala? Con lo mala que es…
El Hada Madrina se apiadó del pobre mago, y cortó su verborrea antes que el rey, en su infinita benevolencia, mandara que le cortasen la lengua al desdichado.
–La cosa es que, si Mala dijo que embrujó a la niña, lo hizo. Esa mujer será muchas cosas, pero mentirosa, no. Si os dijo que la encantó, es verdad.
El rey pareció conforme y volvió a mirar a su hija con expresión de triunfo en los ojos. Ella se limitó a poner los ojos en blanco y a continuación buscó con la mirada algún aliado que reconociese que había alguna clase de error. Sus ojos dieron con el Visir del Reino. Si alguien iba a estar en contra de desperdiciar cien años, ese, sin duda, sería el Visir.

–¡Visir! Usted… usted siempre tiene una cosa de esas… ¿Cómo se dice? Un horario con un montón de cosas que hacer…
–Una agenda.
–¡Eso! Gracias. Usted siempre tiene una agenda que cumplir. ¿Qué le parece perder cien años durmiendo? ¿No le parece una pérdida de tiempo?
El Visir carraspeó incómodo. Realmente no le hacía mucha gracia aquello de pasarse todo un siglo sin hacer nada, pero la verdad era que la princesa había caído en la maldición, y si fuera una princesa como se debe ser se limitaría a estarse en su sitio… Suspiró, tenía que darle la razón a la princesa si no quería pasarse los próximos cien años escuchándola.
–La verdad… sí,  me parece una pérdida de tiempo enorme.
Está vez fue la princesa quien miró a su padre con el triunfo en los ojos, pero su padre no puso los suyos en blanco, más bien se puso todo él de un rojo furioso que atemorizó por completo al ya de por sí nada valiente Visir.
–Pero el Príncipe… –insistió la bienintencionada reina.
–Mamá, no me gusta ese hombre. ¿Has leído la profecía? ¡Va a matar a Dobsy!
–Bueno hija, no puedes culparlo. Ya te dije yo que un dragón no es la mascota adecuada para una princesa.
–Un caniche, eso sí habría sido una mascota apropiada. –intervino Gertrudis.
Alistair hijo notó que todos los presentes parecían estar a punto de saltar de sus resortes para acomodarse en una posición totalmente fuera de sí.
–Bueno princesa, si no le gusta el Príncipe Encantador, ¿por qué no elige a otro para que la desencante? Así se rompería el maleficio y usted despertaría, ¿no?
Todo el mundo estuvo inmediatamente de acuerdo con el joven mago, que por un momento se sintió demasiado abrumado por las miradas de aprobación del rey, su reina, la hermosa princesa, el Hada Madrina, y lo que era más sorprendente, su padre. Aquello lo mareó.
–Está bien. Bésame. –dijo la princesa, dispuesta ya a cualquier cosa por terminar con aquello.
–¡Alto! Ni se te ocurra, hija, él es un mago y algún día será el Gran Mago de la Corte, como lo es ahora su padre.
–¿Y qué, mamá?
–¿Cómo que “y qué”? ¡Pues que no puedes besar a un futuro empleado, eso es acoso! Además, si lo besaras se convertiría en tu príncipe y os casaríais.
La princesa, consciente de su delicada situación, decidió que ya trataría más tarde ese punto.
–¿Hay algún príncipe? –llamó a la desesperada Gertrudis, que estaba deseosa por ayudar.
Un muchacho desgarbado carraspeó al fondo y levantó la mano tímidamente.
–¡Perfecto! –exclamó la reina– Bésala y luego os casáis.
–Es que… verá, no estoy muy seguro… –empezó el joven príncipe.
–¿No quieres besarme? –la princesa estaba demasiado sorprendida para sentirse ofendida, toda su vida había pensado que los príncipes siempre querían besar a las princesas. En fin, le había ocurrido así a Blancanieves, a Cenicienta, y… bueno, se suponía que a ella. Claro que nada estaba pasando como se suponía.
El príncipe parecía estar a punto de partirse en dos de tan tenso que se veía. Además, se sonrojó al mirar a la princesa.
–No, si con lo del beso no tengo ningún problema. Incluso más de uno, si quieres. Es lo otro, lo de la boda.
–¡Los hombres y su miedo al compromiso! Lo que faltaba. –la reina daba toda la impresión de estar reviviendo en su mente alguna conversación mantenida años atrás, y por alguna razón que Alistair no pudo comprender, el rey de pronto parecía mucho más pequeño que antes.
–Besa a la niña y acabemos con esto.
El joven príncipe fue muy consciente de que no estaba en su reino y que los guardias que lo rodeaban no eran los suyos.
Finalmente, se acercó a la hermosa princesa. En honor a la verdad, hay que decir que parecía más un hombre a punto de saltar de un edificio en llamas desde demasiada altura para sobrevivir. Pero besó a la princesa, rompiendo así la maldición. Se casaron, comieron perdices y fueron…

–¡Alto!
¿Perdón?
–Sí, tú. El narrador. ¿Crees que voy a casarme con un príncipe sólo por un triste beso? ¿No has oído hablar de la liberación de la mujer?
–Ejem… sí, sí. Claro. Perdón. –dijo el narrador, es decir, yo. – Entonces, ¿qué le parece este final, princesa?

Una vez rota la maldición el Reino entero celebró con sus reyes la alegría de volver a estar despiertos después de… bueno, después de un día. La princesa dio las gracias al joven príncipe y le juró que siempre sería su amiga. Después montó en Dobsy y salió a recorrer el mundo en busca de aventuras, lejos de cualquier rueca. Puede que, algún día, cuando ella esté preparada y sólo si encuentra al príncipe adecuado que la quiera y la trate como a una igual, puede que sólo entonces, se casen, sean felices y coman perdices.
–Sí, perfecto. Muchas gracias. ¡Ah! Pero nada de comer perdices, no me gustan. Bueno, adiós.

La princesa se volvió con una radiante sonrisa en el rostro y se montó en su dragón. Pero esto ya lo he contado.