Bienvenidos a este, mi pequeño espacio. Las letras son mi pequeña obsesión, por lo que me encantaría compartir con vosotros los resultados de esta pasión. Compartiré mi opinión de los libros que vaya leyendo, pero además me gustaría que podaís leer mis propios cuentos, relatos y escritos. Es un espacio personal, pero espero poder convertirlo en algo que podáis disfrutar conmigo.
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viernes, 15 de febrero de 2013

Los siete hombres



Los siete hombres estaban alrededor de la joven inconsciente. La vieja a la que habían contratado había cumplido y la droga no había tardado en hacer efecto.
El primero de ellos, el jefe de los asesinos y criminales que se ocultaban en el bosque para eludir a la justicia, habló.
-Dejadme a solas con ella.
Ninguno quería hacerlo, todos querían ser el primero. Pero nadie osaba enfrentarse al jefe, era el líder por algo. Bueno, en realidad era el líder porque había matado al anterior jefe.
El hombre cerró la puerta tras él. La hermosa muchacha yacía como muerta. No era eso precisamente lo que le gustaba, él prefería que gritasen y llorasen, pero teniendo en cuenta que llevaba dos años conviviendo sólo con hombres, tampoco es que estuviese muy exigente en aquel momento.
La desvistió, sabía que el cuerpo desnudo sería una preciosidad. No le defraudó, la chica era considerada una belleza con motivo, sus curvas eran perfectas. Se bajó los pantalones y la montó.
No fue delicado, aunque tampoco hubiese sabido cómo serlo. El cuerpo desmayado aguantaba los embates sin moverse, el hombre no se sorprendió al notar la fina capa que demostraba que él era el primero en llegar allí. La mujer era tan inocente que había aceptado quedarse con los hombres pensando que la protegerían. En cierta forma había tenido razón, si algún otro hubiese querido arrebatarles aquel dulce juguete, lo habrían matado sin dudarlo.
Terminó, demasiado pronto para su gusto, pero habían sido dos años muy largos, dos años desde que tocara un cuerpo tibio y hermoso. La volvió a mirar, ciertamente ya no era tan hermosa, no había podido evitar dejar algunas marcas en el ya no tan inocente cuerpo. 
Se subió los pantalones, ni siquiera se había quitado los zapatos, así que no tardo mucho en abrir la puerta. Su segundo estaba impaciente, todos lo estaban, aunque los que iban a ser los últimos no tenían demasiadas esperanzas de tocar a la hermosa joven. Cuando les llegase su turno ya no sería hermosa, quizás para entonces la droga empezara a desaparecer y la mujer ya no les sirviera más. Todos sabían cómo acabaría aquello. La chica no podía seguir viva, sería demasiado arriesgado mantenerla allí. Podría escapar y avisar a las autoridades, sumando un crimen de violación a los que ya tenían.
El segundo hombre entró, el tercero después. Todos tuvieron su turno, y nadie se asombró de que la joven no llegara a despertar.
No hubo entierro, no hubo príncipe que la rescatara, no hubo final feliz, pero ciertamente hubo un final.

viernes, 1 de febrero de 2013

La madrastra



Toda su vida había sabido que se casaría con un rey, para eso estaban las princesas, para ser vendidas a reyes de otros reinos más poderosos. Pero no esperaba que, en vez de a un apuesto príncipe, su padre eligiese a un viejo que tenía una hija de su edad. Bueno, al menos tendría una amiga.
Bajó nerviosa al Gran Salón, era su primer día como reina.
–Buenos días.
–Así que tú eres la nueva mujer de papá. Vaya, esperaba que al menos fueses más guapa que la anterior...
Y con esa frase se evaporó cualquier posibilidad de ser amigas, como se evapora el agua en un día de calor.
–Vaya, no sabía que el rey había tenido más mujeres aparte de tu madre.
–Oh, sí, mi padre colecciona cosas bonitas: jarrones, alfombras, cuadros, mujeres…
Se oyó un crujido muy parecido al de los nudillos de una reina a punto de pegar a una princesa…
–Ahá –si decía una palabra más, el crujido acabaría siendo el de la cara de la princesa.
–Pero claro, ninguna es tan guapa como lo era mi madre. –se encogió de hombros– o  como lo soy yo. Tú, desde luego, estás bastante lejos de esa belleza. Quiero decir de la mía, claro.
La habitación estaba en silencio, ningún sirviente, súbdito o animal de compañía quería perderse la conversación. La recién llegada era la reina, y por tanto, tenía potestad sobre la princesa, pero ¿se atrevería con la niña de los ojos del rey?
La reina observaba a, su no tan niña, nueva hija. <<Le daría unos azotes si fuese más pequeña, pero no me veo poniéndome sobre las faldas a una mujer diez centímetros más alta que yo>>.
–Pero no me malinterpretes, estoy muy contenta contigo, a tu lado seguiré siendo la más bella del reino.
<<¡Por Dios! ¿Es que esa… no tenía moderación ninguna?>>.
–¿Y qué te hace pensar que eres tan hermosa, jovencita?
La reina pensó que el “jovencita” dejaría claro que ella era la reina, y por tanto, mayor, aunque sólo fuese en título. Por su parte, la princesa parecía tan confusa que un observador experto habría pensado que estaba desarrollando la Teoría de Cuerdas.
–Pues porque…  no sé, lo dicen todos. Pregunta.
La reina se giró al público, que acababa de recordar, como si fuesen uno solo, que estaban realmente ocupados en… bueno, en cosas.
–Tú, el camarero. ¿Es guapa la princesa?
El camarero se sonrojó, ninguna reina le había hablado antes, y prefería que hubiese seguido así durante al menos unos treinta o cuarenta años. Eso le garantizaba que no lo llevarían a la horca por ofender a una de las damas. No se engañaba, dijera lo que dijera ofendería a una de ellas. Optó por defender a la princesa; después de todo, ella solía quedarse, mientras que las nuevas reinas…
–Sí, alteza, la princesa es muy hermosa.
La reina parecía muy poco conforme. La mujer que ella tenía ante sí era mona, sí, pero no era para tanto…
–¿Y por qué es tan hermosa?
Ahora el camarero no parecía sólo incómodo, sino realmente alterado. Si decía que la princesa tenía un buen par de… ojos, quizás fuese el rey quién lo ahorcase.
–Tiene una hermosa piel blanca y sin defectos.
–Ya. ¿No te has enterado que la palidez ya no se lleva? La gente paga dinero por estar morena.
En aquel momento, el camarero parecía muy arrepentido, muy avergonzado y un montón más de “muys” que esperaba garantizasen su vida.
–Está bien, vete.
La reina preguntó entonces a una dama, pues sabía que, siendo mujer, no estaría tan dispuesta a regalar cumplidos a la odiosa muchacha.
La dama de la Corte, efectivamente, tenía muchos rencores hacía la princesa, en su mayoría relacionados con un joven y apuesto cazador. Pero no era tonta, y sabía muy bien que la reina, como todas, duraría un par de meses, y la princesa en cambio… seguiría siendo la niña mimada del Rey.
–Por supuesto, mi reina, que la princesa es muy hermosa.
La reina, ya picada, preguntó:
–¿Más hermosa que yo?
En honor a la verdad, la reina era muy pero que muy hermosa. Tanto que quizás el rey no se hartase de ella… <<uff… ¿y ahora que digo?>>.
–Vos sois muy hermosa, mi reina.
La reina parecía un pelín exasperada y un pelín furiosa… por supuesto un pelín muy grueso y largo, de los que él sólo bastaría para hacer un abrigo a tres mujeres “grandes”.
–Eso no es lo que te he preguntado.
–Ya… bueno, sí, supongo que es más hermosa que vos, mi reina.
La princesa estaba tan complacida consigo misma que podría haberse tendido en una camilla y dado besos por todo el cuerpo, si hubiese podido estirar lo suficiente sus hermosos y rojos labios.
La reina en cambio…
–¡Tú!
-¡Sí, tú, el narrador! Tú eres imparcial, ya que no estás aquí.
–Bueno, señora…
–Reina o alteza, si no te importa.
–Sí claro, alteza. Lo que quiero decir es que mi opinión no puede ser tomada en cuenta, ya que yo realmente no estoy allí. En realidad, ni siquiera existo. Sólo soy una voz en off que aclara algunas cosas al lector, que tampoco está allí.
–¡Pero tendrás opinión!
–De eso nada, señora.
La reina estaba tan molesta como le permitía su porte regio, pero estaba empezando a considerar desprenderse de su corona para tener algo duro y puntiagudo con que atacar a alguien.
–¡Por Dios! ¡Si le preguntara a un espejo de esta Corte, me diría que la princesa es la más hermosa!
La princesa también empezaba a estar harta, pero ella no tenía ningún problema en mostrarse poco acorde con la etiqueta.
–Vale ya, ¿no? Eres una envidiosa y una engreída. No eres la más bella de este reino, ¿y qué? Ya lo eras de tu reino, ¿no? Pues confórmate, ahora sólo eres la madrastra, y si sigues así, pronto se añadirá un “malvada” a tu apelativo, bruja.
–¿Crees que soy una bruja? ¡Pues prepárate!
La reina se dio la vuelta y se marchó a su habitación. Estaba furiosa con aquella niña, que para colmo no era ni la mitad de guapa de lo que se creía. ¡Ojalá fuese una bruja de verdad, le daría un escarmiento!
La princesa por su parte, que aunque era mona, no era nada inteligente, estaba muy asustada. Creía que había enfadado a una bruja, y todos sabemos, incluso yo que no estoy, que eso bueno bueno, no es.
La princesa se encogió de hombros. Por muy mala que fuese su nueva mamá, no iba a hacerle nada aquella tarde, y ella había quedado con un cazador de lo más apuesto. Eso sí, en secreto, que no es conveniente que una princesa se vea con un plebeyo pobretón, por muy guapo que sea.
La reina necesitaba dar un paseo, tenía que decidir cómo lidiar con la situación. En realidad no le importaba mucho no ser considerada tan guapa como su hijastra, lo que la molestaba era esa actitud de “soy tan hermosa que se enamorarían de mí aunque estuviese inconsciente y metida en un ataúd”. ¡Ojalá fuese una bruja, le daría una puñetera manzana de esas que te quitan de en medio por una temporada…! Pero ella era una simple princesa… ¡No, una reina! ¡Valiente primer día de reina! No podía ser peor…
Y entonces el día mejoró de golpe.
–Ejem, ejem…
La princesa estaba pálida, y por una vez no era por su blanca piel. La habían pillado con las manos en la masa. Bueno, más bien con las manos en el cazador.
–¡Mamaíta querida!
La reina levantó una ceja, había pasado de ser la “malvada madrastra” a “mamaíta querida” en lo que se tarda… ¿en quitarle los pantalones a un cazador?
–Hola, mi preciosa hijita.
–No lo contarás, ¿verdad?
–mmm… es el deber de una amante esposa no guardar secretos a su marido.
La reina estaba disfrutando con esto casi tanto como disfrutaría de un helado de chocolate con almendras.
–Pero es normal que las madres tengan secretos con sus hijas, son… cosas de mujeres. –la princesa afirmaba con tanto énfasis que parecía que en vez de cuello tenía un muelle.
–No sé, no sé…
El cazador estaba retrocediendo discretamente. Algunas cosas es mejor que las solucionen las mujeres solas, en especial si esas mujeres pueden mandarte al calabozo por abrir la boca.
La reina se encogió de hombros.
–Da igual, de todas formas tu padre ya ha concertado tu matrimonio para dentro de tres meses, así que si quieres divertirte un poco…
La princesa había pasado del “blanco, me han pillado in fraganti” al “morado, eso no puede ser”. La reina se apiadó de ella.
–Lo siento, creía que lo sabías… tu matrimonio con mi hermano, el heredero de mi reino, se acordó a la vez que el mío con tu padre.
La princesa miró descorazonada al cazador. Se tornó de un tono rojizo que ciertamente la hacía parecer hermosa.
–Pero… yo… lo quiero a él.
–Quizás, pero ¿lo querrás cuando no tengas criados? ¿Cuando no pueda comprarte ropas lujosas? ¿Cuando seas tú la que tenga que cocinar y limpiar la casa?
La princesa pareció dudar un momento. El cazador estaba tenso, como si de su respuesta dependiera la existencia del mundo entero.
–Sí.
La reina sonrió. Después de todo, la muchacha no era tan mala, hasta tenía corazón.
–Entonces vete, fugaros juntos y vivid en el bosque, donde nadie se atreve a entrar.
La princesa y el cazador se miraron, con un montón de preguntas flotando entre ellos como globos llenos de helio. ¿Podrían vivir en el bosque? ¿Sería capaz la princesa de sobrevivir sin comodidades? Y por el amor de Dios, ¿habría algún lobo que quisiera comérselos para la merienda? La princesa dio un paso hacia el cazador y él la correspondió, no pasa todos los días que una princesa se fije en un simple siervo.
La reina observó cómo se adentraban en el bosque cogidos de la mano, y volvió al castillo.
La desaparición misteriosa de la princesa pronto fue la comidilla de toda la Corte. Las malas lenguas recordaban a una madrastra que quería ser más hermosa que su nueva hija… ¿Sería cierto que la nueva reina era una bruja? ¡Y también el cazador había desaparecido! ¿Acaso le habría encargado la reina que se deshiciese de su rival en belleza?

lunes, 7 de enero de 2013

Perfecto



Sofía salió de la cabina de regeneración celular que le impedía envejecer ni un solo día. Ahora todo el mundo tenía una cabina de éstas, aunque Sofía pertenecía a la primera generación que las usaba, y recordaba perfectamente cómo se reguló su uso.  Se estimó que la edad apropiada para empezar a usarla eran los veintitrés, veintidós para las mujeres, pues durante los reglamentarios nueve meses de embarazo no podrían utilizarla, ya que ésta impediría el desarrollo del feto, y por tanto, en ese periodo de sus vidas, seguirían envejeciendo. Se le prohibió al resto de la población su uso, lo que significaba que ella pertenecía a la última generación que había conocido la muerte. Sus padres, sus tíos, sus abuelos, incluso su hermana mayor… todos habían muerto hacía ya mucho tiempo.
Sofía aún no había tenido hijos, seguía teniendo veintidós años. Suspiró. Tenía veintidós años desde hacía exactamente 783 años. No iba a celebrarlo, después de tanto tiempo aquel día había perdido su significado. Sin embargo, ni un solo año se le había pasado por alto, y este año, al igual que siempre, lo había recordado.
–Un año más y todo sigue igual. –dijo al conocido rostro que le devolvía el espejo.
–¿Qué sigue igual? –preguntó una voz alegre y suave, mientras la dueña de la misma se acercaba a Sofía.
–Todo. ¿Sabes, K? Cuando elegí este trabajo pensé que correría grandes aventuras. Iba a ser exploradora, ir en busca de nuevos planetas, ver lo que nadie ha visto antes... Sería como Marco Polo, mi vida sería… interesante.
–¿No lo es?
–¡Oh, vamos! “Un planeta más, un nuevo hogar”. –recitó el slogan de su empresa–  En la propaganda no te dicen que ir a donde nunca ha estado nadie significa estar solo, ni que “ver cosas inimaginables” se traduce como “ver seres repugnantes que la mayoría de las veces hay que aniquilar”.
–¡No es así! Sabes que…
–Sí, sí. Únicamente podemos destruir la vida que demuestre su incapacidad evolutiva y su carencia total de inteligencia, y que además viva en un entorno propicio para nuestra existencia, resultando ser imposible la convivencia. Yo también conozco la Ley, pero la realidad es que la mayoría de las especies no pasan las pruebas.
K parecía triste y preocupada:
–¿Cuál es el problema, capitana?
–Hoy cumplo ochocientos cinco años.
–¿Eso es un problema?
–No, no. Claro que no, soy muy joven. Me dieron el carné de maternidad sólo hace cincuenta años. En realidad…
–¿Sí?
–Es esta existencia. Vivir en esta nave, estar sola contigo desde hace… ¿cuánto?
–Veintisiete años, tres meses y cinco días, capitana. Pero creía que su vida era… ¿Cómo se diría? ¿Satisfactoria?
–Sí, K, mi vida es satisfactoria. Ese es el problema. Eres la compañera perfecta, inteligente, divertida, alegre, comprensiva. Perfecta. La comida siempre se ajusta a mis deseos, la luz, el olor, la música... Todo es siempre perfecto gracias a los sensores emocionales ¡Por la Célula Madre! ¡Incluso el sexo es perfecto! El emulador sabe exactamente cuándo y cómo lo quiero, y me induce la fantasía adecuada, siempre.
–No entiendo, capitana. ¿Estás diciendo que no quieres lo que deseas?
–Exacto. ¿Ves como siempre me comprendes? ¡Es tan frustrante!
–¿No quieres que te comprenda? Puedo hacerlo, si quieres.
–Pero entonces no sería real, porque sólo estarías actuando de acuerdo a mis deseos. ¿No lo ves? Incluso si dejaras de entenderme, eso sólo significaría que me entiendes, y actúas en consecuencia a lo que yo quiero. Estarías haciendo lo que quiero, y no quiero eso.
–Pero ¿por qué?
–Porque no es real. Nada aquí lo es.
–Yo soy real.
–¿Sí? ¿Por qué eres real?
–Me fabricaron en LH Robotics, planeta LX457, en la Fábrica Sur, departamento de Robots de compañía.
–¿Y eso te hace real?
–Puesto que me fabricaron, existo, y la existencia me hace real.
Sofía sonrió con tristeza.
–Sí, supongo que sí. Pero se te creó a partir de un perfil mío para que te ajustases a mis necesidades. Igual que todo en esta nave.
–Entonces, ¿por qué no eres feliz?
–Porque nada es real, todo es perfecto.
–Que sea perfecto ¿lo hace irreal?
–Exacto.
–Pero los términos “perfección” y “realidad” no son antónimos.
–No, son incompatibles.
–Ya veo, entonces nada es real porque si lo fuese sería… peor, ¿no?
–Sí, así es.
–Y eso te hace infeliz. Serías feliz si todo fuese peor.
–Ahí está el dilema, todo sería mejor si fuese peor.
–Pero eso sí es una contradicción.
–Ajá.
K parecía indecisa, aún así no tardó en encontrar una solución.
–Puedo programar la luz, la música, el aroma, y el chef para que no se ajusten a tus deseos, si quieres.
–Pero como ya te he dicho, eso no me sacaría de este mundo irreal, sencillamente porque se seguiría ajustando a mis deseos.
–Es decir, estás triste porque vives en un mundo perfecto, lo que lo hace irreal, y nada de lo que hagas cambiaría eso, porque si cambia seguiría siendo tan perfecto como ahora.
–Así es.
–Pero si yo soy irreal, y todo lo que te rodea también, ¿qué te hace real a ti?
–Nada.

El oxígeno dejó de fluir, la música dejó de sonar, la luz se apagó, y K se desconectó. Únicamente un suave olor a lilas le dijo adiós mientras se iba de su mundo perfecto… tal y como era su deseo.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Cuestiones familiares


Odiaba esa estúpida capucha roja. Todos los descendientes de brujas tenían que llevar una que los diferenciara del resto de los aldeanos, como si por llevar en la sangre genes de bruja fuesen a mutar en dragones y a comérselos.  ¡Y menos mal que ella misma no era una bruja! Si no, se habría visto como su abuela, desterrada de la aldea a un triste caserón apartado de todo. Suspiró. Al menos le dejaban llevarle cosas todos los días.
Así que se puso la odiada capucha y emprendió el camino al sórdido bosque. El bosque, como casi todos, tenía muy mala fama, que si lobos que derriban casas soplando, que si siniestros enanos mineros, que si ancianas que te ofrecen fruta en mal estado… ¡Paparruchas! Todos los días paseaba por el bosque y nunca vio nada más peligroso que un jabalí, lo que por otro lado, era bastante peligroso.
-¡Abuela! Ya he llegado. Hoy te traigo un retal de tela, te podrás hacer un abrigo calentito. ¿Abuela?
-Wof.
La niña se volvió.Su abuela no tenía ningún perro, pero efectivamente, eso había sido un ladrido.
-Wof.
En el umbral de la cocina había un perro gris. No era especialmente amenazador, pero la niña era precavida.
Le tiró la canasta.
¿Qué estaba viendo? El chucho parecía ofendido. ¿Y estaba…? Sí, estaba dándole la espalda con un porte que recordaba más a una dama en la corte que a un perro en un caserón.
-Mmm...
-Wof.
¿El perro  estaba cabeceando como si quisiera que le siguiera?
-Ni de coña. He leído lo suficiente como para saber que si voy a casa de mi abuela y hay un animal que puede morder en vez de ella, mejor salgo por patas. Las mías no las tuyas. No te ofendas, perrito.
 Entonces el perro salto sobre ella.
-¡Mierda! ¿Ahora me comerás si no llega a tiempo un guapo leñador?
La niña no podía estar segura, pero… ¿Había visto exasperación en los ojos del perro?
Entonces el perro se la quedó mirando fijamente desde su posición. Puesto que la había tirado al suelo y el chucho parecía bastante interesado en que lo mirase a los ojos, la niña decidió seguirle la corriente.
<<Espero que no me ataque si lo miro, como hacen los gatos>> Pero entonces, pareció reconocer aquellos ojos.
-¿Abuela?
El perro, perdón perra, se sentó en el suelo y dio un ladrido. Parecía contenta.
-¿Pero cómo…?
La perra, o la abuela según se vea, agarró la manga de su nieta con los dientes y la arrastró a la cocina.
En la cocina había un gran libro de hechizos y un montón de ingredientes dispersos por la encimera. Evidentemente, su abuela había hecho un hechizo.
-¿Abuela, querías convertirte en perro? No es que me moleste, pero... ¿Porqué no un animal más atemorizante? Yo me convertiría en dragón, o…en hurón. ¿Qué? Los hurones son muy agresivos y escurridizos.
La abuela se llevó la pata a la cabeza y se tapó los ojos. La niña se indignó un poco.
-¿Te conviertes en un perro que ni siquiera tiene pedigrí, y la decepcionada eres tú? Mamá debe haber aprendido de ti su decepción perpetua hacia todos.
La perra parecía cansada, era comprensible. Aquel chucho seguro que tenía más años de los que correspondían a un perro.
La niña cogió el libro de hechizos.
-Bien ¿Qué buscamos? Hechizo para hacer dormir, hechizo para convertir una calabaza en carruaje, hechizo de amor… Abuela, aquí no hay nada.
La perra le gruñó.
-Está bien…seguiré buscando. Hechizo para que te crezca el pelo ¿Puedo echárselo a la mujer del alcalde y que se convierta en la mujer barbuda?
Otro gruñido.
-Abuela, qué aburrida eres. Hechizo para ser joven, hechi…
-¡Wof wof wof!
-¿Para ser joven? ¿En serio? Pues no pareces una perra muy joven.
Por un momento, la niña tuvo un poco de pena, su abuela parecía avergonzada.
-Está bien, veamos. Azúcar, miel, ajonjolí, canela…¡Eh! Con esto podría salir un dulce muy rico. Mira, aquí está el fallo. Has echado cardamomo en vez de canela. Mira que te he dicho veces que pongas los letreros más grandes.
Toc, toc, toc.
-¿Esperas a alguien, abu?
La niña fue a la puerta… ¡Wow! ¡Que hombre! Era guapo, guapo, guapo, y se estaba quedando corta.
-Hola guapa. Está… ¿tu tía? O tu hermana, supongo.
La niña miró inquisitivamente a su abuela. Con que poción de juventud… eso lo explicaba todo.
-No, verás. ¿Ves ese perro?
-Grrrrrrrr
-Sí, el que gruñe. Se la ha comido.
El Hombre estaba entre divertido y horrorizado ¿qué les pasa a los niños de hoy en día? Bueno, mejor era seguirle el juego, quería caerle bien a la familia de su amiga… por si acababan siendo algo más.
-¿Y qué hacemos?
-Mmm… En el cuento, el leñador le llena de piedras el estómago. -sentenció la niña.
<Será macabra la criatura… ¡Pero si no tiene más de diez años! Qué curioso, el perro parecía estar asustado ¡Como si nos entendiera!>
-¿Pero tu no querrás hacerle eso a un perrito, verdad?
La niña puso cara de sádica.
-¿Wof?
…..
El silencio se hizo tangible, tanto que el guaperas empezó a notarlo sobre su cabeza, húmedo, pegajoso y terriblemente pesado. Todos empezaron a ponerse nerviosos, menos la niña, a la que esto le parecía de lo más divertido.
-No, supongo que no.
¿El perro había suspirado?
La niña suspiró.
-Mi Abuela estará enseguida.
-¿Abuela?
La niña tenía cara de haberse comido todos los dulces antes de la cena.
-Sí, mi abuela. -miró a la perra- Es que tuvo a mi madre muy joven.
El hombre parecía confundido. La mujer con la que había quedado tenía veinticinco años. Si tenía una nieta de diez… Sacudió la cabeza, las cuentas no eran lo suyo, pero juraría que algo no cuadraba.
La niña dio un saltito y se fue a la cocina y la perra, que debía ser suya, la siguió.
-Bien, según esto, si añado un poco de láudano y de… ¡Listo!
La perra parecía más bien desconfiada, pero se acercó lentamente al plato que su nieta había puesto en el suelo.
¡Puf! Segundos después, y tras la nube de humo reglamentaria en la habitación, estaba su abuela, vieja como siempre y con muy mala cara.
-¡Niña, deprisa! ¡Que está esperando! Con que llenarme de piedras la barriga…
-Abu, ¡era broma!
La niña ayudó a su abuela, y en un periquete una joven de veinticinco años salió de la cocina.
-¡Wow! ¡Abu, estás impresionante!
-No me llames abu. Sabes que no soy tu abuela, querida.
La abuela parecía querer decirle algo… o estaba experimentando algún tipo de efecto secundario que hacía que sus facciones se contrajeran en una especie de mueca asesina.
-Es mi sobrina, ¿sabes?
-Ah, eso lo explica todo. Aunque creía que eras hija única.
-Lo soy, ¿por qué?
El hombre parecía confuso.
-Menos mal que no es tan listo como guapo, ¿eh, abu?
-Niña, ¿no tienes que irte?
-Nop.
No se perdía esto ni loca, ¿la abuela con una cita? Juas, esta tarde iba a ser entretenida. O no, porque su abuela estaba poniendo su cara de “o haces lo que te digo o te convierto en larva durante tres meses”.
-Vaaale. Me voy. Aburrida.
-Que niña tan simpática.
-Sí, es la hija de una vieja amiga.
-¿No era tu sobrina?
-Qué disparate, no tengo hermanas. ¿Vamos a pasear?
El Hombre sonrió, mucho se tenían que torcer las cosas para que esta noche no triunfase…
La abuela sonrió, tenía unas horas de juventud, un buen mozo, y… ¡Mañana se encargaría de esa descarada nieta suya!

Hechizada

En el Reino entero se respiraba la tensión. La profecía se había cumplido y la hermosa princesa se había pinchado con la rueca encantada. Ahora estaría cien años sumida en un profundo sueño, junto a sus fieles servidores, que la acompañarían diligentemente en su letargo.

El mago de la corte, Alistair El Grande y su hijo, iban ahora hacia el Castillo, donde todos se prepararían para la siestecita.
–Así que tenemos que acompañarla ¡Pues vaya gracia!
–Hijo, no seas desleal. Ella es nuestra princesa y ha sido hechizada.

Padre e hijo entraron en el Gran Salón y sus miradas fueron directamente a la enorme cama con dosel rosa que había en el centro.
–Esto… ¿Papá?
–¿Qué quieres, Alistair?
El tono de su padre no invitaba precisamente a la conversación, pero Alistair tenía que insistir esta vez,  estaba claro que había algo que estaba mal, pero que muy mal.
–Ya sé que me lo has explicado, pero… ¿dijiste que la princesa estaba hechizada?
–Sí.
–Y su hechizo… –no parecía encontrar las palabras– ¿es de esos que te duermen?
–Sí, por completo.
Algo se había perdido en la traducción. Estaba seguro que no le había llegado la explicación al completo, y su cerebro trabajaba a toda prisa para encontrar lo que fallaba. Continuó hablando, a la espera de que su padre le ayudara a completar su razonamiento.
–Entonces… ¿Por qué la princesa se está acercando a nosotros sonriéndonos?
–No seas ridículo, hijo. La princesa ha sido hechizada, y tendrá que dormir cien años hasta que venga el Príncipe Encantador y la despierte. Ya sabes como son estas cosas. ¡De verdad, hijo, ni que fuera tu primera hechizada!
–Es la primera que me saluda…
–Deja de decir… –pero no terminó la frase porque una voz preocupantemente parecida a la de la princesa le interrumpió.
–¡Por fin! Señor El Grande, Alistair hijo. Me alegro de veros, seguro que pondréis fin a este desgraciado malentendido.

Alistair tuvo que reconocer que, para estar hechizada, la voz de la princesa sonaba tan autoritaria y vital como siempre. Debía ser parte del encantamiento…
–¿Qué ha pasado, princesa?
–¡Oh! ¿Me hablas? ¡Qué bien!
Ahora la princesa parecía entusiasmada, e incluso dio unos cuantos saltitos de emoción nada regios.
–¡Hijo! No puedes hablar con la princesa. Ya te he explicado que está en un profundo sue…
–¡Ja! –lo interrumpió la voz, nada somnolienta, de la princesa.
El mago la miró con reproche antes de recordar que la princesa estaba dormida profundamente, así que no podía haberle interrumpido. No, la princesa debía estar en su lecho. Así que, efectivamente allí estaría. Decidió concluir como si nadie le hubiese interrumpido, como de hecho debería haber sido –…sueño.
Pero la princesa no era de la misma opinión:
–Verás, Alistair. Resulta que esta mañana me pinché con la rueca y se ha armado todo este jaleo por eso… ¡Para que luego digan que hacer manualidades relaja!
–Y… ¿Cómo estás?
–Bien. Aunque se me ha hinchado el dedo un poco, me puse antiséptico en la herida y una tirita, ¿ves?
Levantó el dedo para mostrarlo y, exactamente, allí estaba la tirita.
–Pero ¿no tienes sueño?
–No, ni un poquito. Después de las primeras nueve horas, ha sido realmente aburrido.

Alistair estaba confuso, pero no tuvo tiempo de darse cuenta porque el Rey llegó hasta ellos, y su real presencia lo inundó todo. Literalmente, puesto que era enorme.
–¡Amigo mío! ¡El Grande! Tú podrás convencerla.
–Mi rey, ¿cómo se convence a una dama dormida de que duerma?
–Gran mago, te juro que ya no me queda mucho por probar…
El rey se volvió a su hija, con ojos implorantes.
–Vamos, cariño. Sólo será una siesta de nada. Cierra los ojos, y ya verás como lo siguiente que ves es al Príncipe Encantador.
–¡Eso no te lo crees ni tú, papá! ¡Cien años! ¿Qué se supone que voy a hacer cien años? ¿Contar ovejas?
–Pero el Príncipe… –insistió su padre.
–El Príncipe puede irse con viento fresco ¡Si ni siquiera ha nacido aún!
–Pero es un buen partido, la profecía dice que es de un Reino muy próspero.

 El Rey miró implorante a su alrededor. Su mujer, la reina, acudió en su ayuda.
–Y guapo, hija. El Príncipe Encantador es muy guapo, lo dice…
–Sí, sí, la profecía. Pero también decía que yo caería en un profundo sueño y eso NO ha pasado.
–¡Es por cabezonería! Igual que su madre, sólo lo hace para llamar la atención. –apuntó el Rey a Alistair el Grande.
La princesa hizo un gesto con las manos que podría haber parecido el de estrangular a alguien, claro que, estando encantada como estaba, eso era imposible.
–¡Hada Madrina! –gritó la princesa con una voz bastante cercana a la desesperación. La pobre debía estar teniendo una pesadilla, pensó Alistair el Grande.

Inmediatamente se personó ante todos la buena de Gertrudis, el Hada Madrina de la princesa.
–¡Hola, mi niña! ¿Cómo estás?
–Hechizada. –Contestó Alistair el Grande por ella, ganándose una mirada de pura ira de la princesa, mirada que el mago decidió que no había ocurrido.
–¡Oh! –Fue lo único que se le ocurrió a Gertrudis.
–Tal y como está escrito, mi hija se pinchó con la rueca encantada por la Bruja Mala, y ahora está condenada a un plácido sueño hasta que el Príncipe Encantador la despierte.
–El GUAPO Príncipe Encantador, que la despertará con un dulce beso. –intervino la reina mirando a su hija con convicción, como si, a fuerza de mirarla, la princesa fuese a caer dormida allí mismo.
–¡Esto es una locura! –exclamó la princesa.
–Bueno, si la rueca estaba maldita no se puede hacer nada. Pero… ¿estáis seguros que está maldita? A lo mejor era una rueca normal y corriente. –dijo el Hada Madrina sin mucha convicción.
–¡Que alguien llame a la Bruja Mala! Ella nos ha metido en este embrollo y ella nos sacará. –sentenció el rey de forma tajante.
Se produjo un momento de incómodo silencio en el que unos miraban a otros.
–¿Nadie tiene su teléfono? ¿Alistair? –Insistió el rey a punto de perder su regia dignidad.
El mago parecía más incómodo de lo que había estado hasta entonces.
–Es que… bueno, ya sabe, mi rey, no nos cae muy bien… una vez me dio su número, pero lo borré. Entiéndame… ¿Para qué iba a querer alguien llamar a la Bruja Mala? Con lo mala que es…
El Hada Madrina se apiadó del pobre mago, y cortó su verborrea antes que el rey, en su infinita benevolencia, mandara que le cortasen la lengua al desdichado.
–La cosa es que, si Mala dijo que embrujó a la niña, lo hizo. Esa mujer será muchas cosas, pero mentirosa, no. Si os dijo que la encantó, es verdad.
El rey pareció conforme y volvió a mirar a su hija con expresión de triunfo en los ojos. Ella se limitó a poner los ojos en blanco y a continuación buscó con la mirada algún aliado que reconociese que había alguna clase de error. Sus ojos dieron con el Visir del Reino. Si alguien iba a estar en contra de desperdiciar cien años, ese, sin duda, sería el Visir.

–¡Visir! Usted… usted siempre tiene una cosa de esas… ¿Cómo se dice? Un horario con un montón de cosas que hacer…
–Una agenda.
–¡Eso! Gracias. Usted siempre tiene una agenda que cumplir. ¿Qué le parece perder cien años durmiendo? ¿No le parece una pérdida de tiempo?
El Visir carraspeó incómodo. Realmente no le hacía mucha gracia aquello de pasarse todo un siglo sin hacer nada, pero la verdad era que la princesa había caído en la maldición, y si fuera una princesa como se debe ser se limitaría a estarse en su sitio… Suspiró, tenía que darle la razón a la princesa si no quería pasarse los próximos cien años escuchándola.
–La verdad… sí,  me parece una pérdida de tiempo enorme.
Está vez fue la princesa quien miró a su padre con el triunfo en los ojos, pero su padre no puso los suyos en blanco, más bien se puso todo él de un rojo furioso que atemorizó por completo al ya de por sí nada valiente Visir.
–Pero el Príncipe… –insistió la bienintencionada reina.
–Mamá, no me gusta ese hombre. ¿Has leído la profecía? ¡Va a matar a Dobsy!
–Bueno hija, no puedes culparlo. Ya te dije yo que un dragón no es la mascota adecuada para una princesa.
–Un caniche, eso sí habría sido una mascota apropiada. –intervino Gertrudis.
Alistair hijo notó que todos los presentes parecían estar a punto de saltar de sus resortes para acomodarse en una posición totalmente fuera de sí.
–Bueno princesa, si no le gusta el Príncipe Encantador, ¿por qué no elige a otro para que la desencante? Así se rompería el maleficio y usted despertaría, ¿no?
Todo el mundo estuvo inmediatamente de acuerdo con el joven mago, que por un momento se sintió demasiado abrumado por las miradas de aprobación del rey, su reina, la hermosa princesa, el Hada Madrina, y lo que era más sorprendente, su padre. Aquello lo mareó.
–Está bien. Bésame. –dijo la princesa, dispuesta ya a cualquier cosa por terminar con aquello.
–¡Alto! Ni se te ocurra, hija, él es un mago y algún día será el Gran Mago de la Corte, como lo es ahora su padre.
–¿Y qué, mamá?
–¿Cómo que “y qué”? ¡Pues que no puedes besar a un futuro empleado, eso es acoso! Además, si lo besaras se convertiría en tu príncipe y os casaríais.
La princesa, consciente de su delicada situación, decidió que ya trataría más tarde ese punto.
–¿Hay algún príncipe? –llamó a la desesperada Gertrudis, que estaba deseosa por ayudar.
Un muchacho desgarbado carraspeó al fondo y levantó la mano tímidamente.
–¡Perfecto! –exclamó la reina– Bésala y luego os casáis.
–Es que… verá, no estoy muy seguro… –empezó el joven príncipe.
–¿No quieres besarme? –la princesa estaba demasiado sorprendida para sentirse ofendida, toda su vida había pensado que los príncipes siempre querían besar a las princesas. En fin, le había ocurrido así a Blancanieves, a Cenicienta, y… bueno, se suponía que a ella. Claro que nada estaba pasando como se suponía.
El príncipe parecía estar a punto de partirse en dos de tan tenso que se veía. Además, se sonrojó al mirar a la princesa.
–No, si con lo del beso no tengo ningún problema. Incluso más de uno, si quieres. Es lo otro, lo de la boda.
–¡Los hombres y su miedo al compromiso! Lo que faltaba. –la reina daba toda la impresión de estar reviviendo en su mente alguna conversación mantenida años atrás, y por alguna razón que Alistair no pudo comprender, el rey de pronto parecía mucho más pequeño que antes.
–Besa a la niña y acabemos con esto.
El joven príncipe fue muy consciente de que no estaba en su reino y que los guardias que lo rodeaban no eran los suyos.
Finalmente, se acercó a la hermosa princesa. En honor a la verdad, hay que decir que parecía más un hombre a punto de saltar de un edificio en llamas desde demasiada altura para sobrevivir. Pero besó a la princesa, rompiendo así la maldición. Se casaron, comieron perdices y fueron…

–¡Alto!
¿Perdón?
–Sí, tú. El narrador. ¿Crees que voy a casarme con un príncipe sólo por un triste beso? ¿No has oído hablar de la liberación de la mujer?
–Ejem… sí, sí. Claro. Perdón. –dijo el narrador, es decir, yo. – Entonces, ¿qué le parece este final, princesa?

Una vez rota la maldición el Reino entero celebró con sus reyes la alegría de volver a estar despiertos después de… bueno, después de un día. La princesa dio las gracias al joven príncipe y le juró que siempre sería su amiga. Después montó en Dobsy y salió a recorrer el mundo en busca de aventuras, lejos de cualquier rueca. Puede que, algún día, cuando ella esté preparada y sólo si encuentra al príncipe adecuado que la quiera y la trate como a una igual, puede que sólo entonces, se casen, sean felices y coman perdices.
–Sí, perfecto. Muchas gracias. ¡Ah! Pero nada de comer perdices, no me gustan. Bueno, adiós.

La princesa se volvió con una radiante sonrisa en el rostro y se montó en su dragón. Pero esto ya lo he contado.