Bienvenidos a este, mi pequeño espacio. Las letras son mi pequeña obsesión, por lo que me encantaría compartir con vosotros los resultados de esta pasión. Compartiré mi opinión de los libros que vaya leyendo, pero además me gustaría que podaís leer mis propios cuentos, relatos y escritos. Es un espacio personal, pero espero poder convertirlo en algo que podáis disfrutar conmigo.

sábado, 2 de marzo de 2013

Primeros capítulos de "El blues de San Luis"




Capítulo 1
Estaba rodeada de agua. Agua por todas partes, no se veía nada más desde la cubierta de aquel barco. Aún no daba crédito a lo que había pasado, en menos de un día su familia se había deshecho de ella. Sin explicaciones, con sólo un motivo susurrado, que parecía más una excusa débil, sin apenas despedidas. Lo único que sabía era que se dirigía a casa de su tío Pepe, en América, a un país en el que no se hablaba su lengua natal, aunque por suerte ella sabía hablar inglés a la perfección gracias a John, su tutor, un profesor británico que se había enamorado de una española, al que su padre había contratado como tutor para sus hermanos. Cómo lo echaría de menos... Los echaría de menos a todos, nunca había estado fuera de casa. Su padre, sobreprotector como era con la única mujer de la familia, ni siquiera la dejaba ir al pueblo sin que sus hermanos la acompañaran, una forma amable de decir que la escoltaban y se aseguraban de que ningún hombre la mirase siquiera.
Y ahora allí estaba, sin más compañía que Puri, su sirvienta, o más bien su mejor amiga, ya que apenas era unos años mayor que ella y no recordaba cuándo la conoció. Puri, simplemente, siempre había estado allí.
Julia suspiró, apenas llevaban unas horas de viaje, un viaje que sería realmente largo. Sin embargo había sido suficiente para perder la costa de vista. Su tierra había desaparecido, y ahora se enfrentaba a la idea de tener que empezar una vida con un familiar al que no conocía.
“Tu tío es mayor, y ni él ni su espo­sa tienen a nadie que les haga compañía. Tendrás que ir a cuidarlos”. Aquella había sido la escueta razón de su padre para separarse de ella, pero no era tonta, su padre nunca se hubiese deshecho de su hija así como así, y menos con aquella prisa. Algo pasaba.
—Doña Julia, debemos entrar en el camarote, está a punto de llover.
Julia miró al cielo, no le parecía que estuviese demasiado encapotado, pero si Puri lo decía, probablemente pronto empezaría a llover. Se dejó guiar hacia el camarote, ya que su padre y sus hermanos la escoltaron la primera vez que se dirigió a él, e insistieron en despedirse allí mismo. No querían verla marchar, y ella no se había fijado en el camino al salir a tomar el aire, estaba demasiado ocupada intentando reprimir sus náuseas.
Una vez en el camarote vio la deprimente habitación como lo que era, su cárcel para los próximos días. Era bastante bonito, limpio y estaba diseñado para llevar a pasajeras femeninas de clase alta, no se imaginaba a ninguno de sus cinco hermanos en una habitación con esas delicadas flores en las paredes. Pero a Julia no le gustó. Se sentó en la cama y se le humedecieron los ojos. Toda su vida había sido una niña mimada y protegida, sus hermanos y su padre se habían encargado de ello, pero ahora… ¿Quién la protegería de esos hombres pervertidos que su padre aseguraba que había por todas partes? ¿Quién le regalaría dulces y libros cada vez que ella quisiera? Aquello era…
No pudo terminar el pensamiento puesto que una nausea horrible acudió a borrárselo.
—Es por el movimiento del barco.
—¿Tú no tienes, Puri?
—Por ahora no, pero sé que le da a muchas personas. Tuve un novio marinero que me explicó que no todo el mundo vale para la mar.
¿Un novio? ¿Cuándo? Habría insistido en saber más detalles si esta vez su estómago revuelto no hubiese insistido en expulsar todo lo que tenía dentro. Por suerte, la diligente Puri le acercó justo a tiempo una palangana. Varias veces.
Julia cerró los ojos, se estaba muriendo, tenía que ser eso, no recordaba haber comido tanto en su vida como para poder echarlo ahora. Dormir estaría bien, no podría marearse más si estaba dormida. Se durmió escuchando las primeras gotas de lluvia.
Algo la tiró de la cama. Estaba todo muy oscuro. Rodó. ¿Qué demonios…?
—¿Puri?
Una voz ahogada entre llanto sonó.
—¡Vamos a morir!
—¿Qué?
Julia todavía estaba atontada por el sueño y el golpe, apenas recordaba dónde estaba, cuando empezaron a aclararse las ideas.
—Juanito me lo contó, el marinero digo, las tormentas hunden barcos todos los días. ¡Vamos a… a… a…! ¡¡No quiero!!
Julia jamás había visto –o más bien oído, porque no podía verla en aquel momento– a Puri así de histérica. Tenía que hacer algo. Su primer error fue levantarse, el suelo seguía moviéndose, y no duró de pie ni un segundo. Cayó de nuevo y rodó, justo para acabar donde Puri estaba llorando a moco tendido.
—Puri, cálmate. No vamos a morir.
—¡Vamos a morir! ¡Es nuestro castigo por dejar a los nuestros! Huimos de la muerte, pero lo muerte siempre te encuentra, yo no quería venir, yo… —Puri rompió en llanto desconsolado.
¿De qué estaba hablando? ¿Huimos de la muerte? ¡Dios mío! ¡Estaba desvariando! Tenía que volverla en sí. La abrazó fuerte, pero sólo sirvió para que chillase más. Vale, los mimos no la ayudarían en ese momento. Cogió a Puri por los hombros para medir la distancia en la oscuridad, y le zampó un bofetón en toda la cara. Julia era la menor de cinco hermanos varones, no tenía miedo de usar la violencia si era necesario. Al morir su madre durante el parto, ella no había tenido ningún ejemplo femenino que seguir, y tanto su padre como sus hermanos le habían enseñado a tratar muchas cosas como lo haría un hombre. Las mujeres lloronas eran una de ellas.
Puri se quedó boquiabierta, su señora jamás le había pegado.
—Bien, ya te has calmado.
A estas alturas Julia tenía claro que estaban pasando por una tormenta, pero no tenía muy claro qué hacer. Sintió remordimientos por pegarle a su amiga.
—Lo siento Puri, no sabía cómo calmarte.
Ahora Puri sí aceptó ese abrazo. Se quedaron sentadas una al lado de la otra.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Esperar a que pase. ¿Tenemos algo de comer?
—Sí, empaqueté una caja de dulces, y unos chorizos de la matanza para tu tío.
A Julia se le iluminó la cara. ¿Dulces? Cuando no hay nada que hacer, tener dulces es lo mejor.
—¿Dónde están?
—Pero son para tu tío.
—Bah, le compraremos más cuando lleguemos a puerto.
Puri también sonrió, la luz parpadeó levemente, como una señal de que aquello pronto pasaría. La muchacha se arrastró hasta un baúl anclado en el suelo, lo abrió y sacó una caja de dulces. Ambas se pusieron a comer como si no lo hubiesen hecho nunca.
Pero Julia no tardó en llegar a la conclusión de que no había sido buena idea, su estómago le había dado un descanso únicamente porque estaba totalmente vacío. Descubrió que los vaivenes del barco en tormenta no la ayudarían a retener nada dentro. Y lo difícil que era acertar dentro de la palangana…
La tormenta no duró mucho y unas horas después la calma había vuelto. Puri estaba tan serena como antes, pero Julia estaba tensa. Aquellas palabras de Puri habían despertado en ella la curiosidad, conocía demasiado bien a su criada como para saber que no hablaría de esa manera sin motivo. Pero por más que preguntaba, Puri alegaba que había dicho tonterías porque estaba asustada.
No fue hasta unos días después, cuando su cuerpo se acostumbró al mar, que se enteró de la verdad. Guerra. Había oído esas palabras casi al azar, paseando por cubierta, y le habían helado el alma. Aun así, supo mantener la compostura y fue capaz de controlarse lo suficiente como para no salir corriendo hacia el camarote. Con cada paso, las palabras de Puri se le repetían en la cabeza: “Huimos de la muerte”.
Cuando entró en el camarote no pudo más.
—Vas a contarme la verdad, y lo vas a hacer ahora.
Puri se quedó boquiabierta. No esperaba aquel enfrentamiento. El padre de Julia, Don Manuel, le había prometido que todo saldría bien, que Julia no se enteraría de nada. El pobre hombre, en su afán de proteger a su hija, tenía la esperanza de que Julia no llegara a enterarse siquiera de que había una guerra en España. La cara de Julia le dijo a Puri que la farsa había terminado antes incluso de empezar. Suspiró, tendría que enfrentar a su señora y amiga.
—¿Qué quieres saber?
—He oído que hay guerra en España. ¿Es cierto?
—En realidad nada es seguro. Tú padre te ha embarcado antes de que las cosas lleguen a ese extremo, sabes que sé poco de estas cosas. Sólo que ha habido un golpe de Estado, y que tu padre y otros creen que hay que derrocarlo y restablecer todo como estaba. Me han dicho que van a despedir a todos para que vayan a luchar, y van a cerrar la casa. Tu padre me ha dado casi todo el dinero y… —no sabía si seguir hablando.
—¡Puri, por lo que más quieras, cuéntame todo o te mato! —Su cara reflejaba una gran amargura y pesar, casi tanta como tensión. Estaba a punto de perder los nervios.
—Está bien, me han dado también un montón de cartas para que te las vaya entregando, todas son felices y cuentan cosas que tu padre se ha inventado sobre tus hermanos y él. También ha avisado a tu tío para que no te enteres de nada. Don Manuel le pidió que te protegiera. Además, hay una carta que dice la verdad, y que sólo te debo dar si le matan.
—¿Matarlo? Eso es imposible. Papá es el hombre más pacífico que hay en el mundo, es imposible que alguien quisiera hacerle daño. Todo el mundo lo quiere.
Hasta ese momento había escuchado sin interiorizar nada, pero de pronto todo se abrió paso en su cabeza. Había guerra, y su padre iba a luchar, podría morir. ¡Dios mío! ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Por qué no habían embarcado con ella? ¡Sus vidas podrían correr peligro! Recordó lo que acababa de decir Puri, sus hermanos y su padre iban a intentar restablecer la República. Iban a luchar. Rezó porque su padre hubiese sido un alarmista y que aquello sólo fuese un episodio más de su sobreprotección. Aun así, la palabra “guerra” no hacía más que repetirse en su cabeza. ¿Qué se les había perdido a ellos en la guerra?
Guerra. No lucharían contra extranjeros, eran los españoles los que se enfrentarían unos a otros. Ella sabía que si su padre tomaba el bando de los republicanos, como haría, tendría que enfrentarse a muchos de sus amigos, ya que, en su posición social, la mayoría eran conservadores que pensaban que la República estaba llevando al traste a la sociedad española. Julia nunca había prestado demasiada atención a la política, para ella el mundo siempre había sido San Luis, su casa, aquellos muros confortables y aquellas tierras en las que nunca pasaba nada. Sabía que, cuando nació, en España no había República, sino una monarquía, la de Alfonso XIII, y que estaban en guerra con Marruecos. Sabía que después hubo una dictadura, y que, en 1931, el día que ella cumplió diez años, se proclamó la II República de España. Pero para ella todo eso eran datos, datos que nunca habían perturbado su vida, y que simplemente permanecían en sus amados libros, contándole lo que pasaba en otros sitios, nunca en los imperturbables muros de San Luis, nunca a sus seres queridos. Por un momento le aturdió la idea de que la historia reclamaba ahora a su familia como había reclamado a tantos otros, no pudo por menos que sonreír, pensando que quizá fuese su padre uno de los personajes clave en esta contienda. Y que quizás fuese la pasión que ponía su hermano Juan en todo lo que hacía, o la prudencia de Carlos, o la lengua ágil de Manuel, capaz de enardecer a una multitud… o la diplomacia de Paco, acostumbrado, al ser el mediano, a mediar siempre entre todos los demás; o quizás fuese la testarudez de Antonio… Sí, quizás alguno de sus hermanos fuese una de esas figuras clave para la Historia, y las generaciones futuras leyesen sus nombres en los libros de texto. Pero ¿qué estaba pensando? ¿Qué tiene de hermoso que escriban tu nombre en la Historia si es ligado a una guerra? Una guerra que además era monstruosa, no como todas las guerras sin más, ya que esta guerra enfrentaría a hermanos, primos y amigos. En su familia eran todos republicanos, pero conocía a muchas familias que tenían en sus haberes extremistas, tanto de derechas como de izquierdas. También ella y sus hermanos tenían amigos en el otro bando, y ahora se daba cuenta de que, si el destino era cruel, podría poner a su hermano Paco con una escopeta frente a su mejor amigo, Alfonso, que siempre decía que la República era un gran mal para España, aunque realmente consideró a Alfonso demasiado cobarde para formar parte de aquello, y pidió al destino que su hermano no tuviera que pasar por eso. Entonces se dijo a sí misma que si seguía pensando esas cosas se volvería loca, y más en un país tan lejano en el que seguro no llegarían noticias de una guerra de tan poca importancia, ya que esta guerra –estaba totalmente segura– sólo afectaba a los españoles.


Capítulo 2

Los días iban pasando en el barco, allí había poco que hacer. La mayoría de la gente a bordo poco o nada sabía de la situación de España. Al igual que ella, habían embarcado cuando las cosas no estaban claras y no sabían muy bien qué ocurría. Por eso, aunque Julia intentó conseguir información se encontró igual que estaba al principio. Conforme se acercaba a América se hacía en ella cada vez más fuerte la ilusión de que su padre había exagerado en su reacción y que en realidad no era para tanto. Sí, estaba segura que al atracar se enteraría de que la guerra no había sido más que una revuelta, y que se había sofocado casi tan rápido como su padre la había montado en el barco. Quizás, después de todo, sí haría a su tío una visita familiar, y nada más.
El barco atracó en Nueva York, y cuál fue la sorpresa de Julia al enterarse de que el mundo observaba con atención todo lo que ocurría en España. Sí, había guerra, su padre no había exagerado, y parecía que los periódicos estadounidenses consideraban que esta guerra era un microcosmos en el que se enfrentaban el capitalismo al comunismo. Creían que el resultado de “La Guerra de España” reflejaría lo que ocurriría después en el resto del mundo. Decidió comprar todos los periódicos que encontró a su paso para leerlos en el tren, por lo menos no iba a ser tan difícil recibir noticias como creía.
Aquella ciudad le impresionó muchísimo, había edificios tremendamente altos y gentes muy variadas, vio por primera vez en su vida a una persona negra, una mujer alta de grandes ojos y labios gruesos que le pareció preciosa y exuberante. Miró a todos lados con los ojos ansiosos del que descubre algo totalmente nuevo, y aprovechó que el tren tardaría unas horas en salir para visitar el Empire State Building, una monstruosidad de ochenta y siete plantas. Cuando estuvo en su mirador tuvo un miedo atroz, recordó la Torre de Babel de la que le habían hablado en la iglesia, y tuvo la certeza de que aquella creación no tenía nada que envidiarle. Se asomó al balcón de aquella mole de hormigón y las vistas desde allí le parecieron las más hermosas del mundo. Los pájaros debían ver aquello a diario pero, para los ojos de la joven, aquella vista supuso la libertad. Se sintió en aquellas alturas, con el viento en la cara, más libre y más emocionada de lo que había estado nunca. Las personas parecían hormigas desde allí, y el suelo estaba tan lejano que era difícil no soñar, le pareció el lugar más mágico del mundo. Puri subió con ella, pero se quedó totalmente pegada a la pared, y por mucho que le insistió Julia, no se atrevió a acercarse a la barandilla para contemplar las vistas. Eso le hizo pensar a Julia que existían dos clases de personas, las que, como ella, se asoman al mundo para verlo mejor e intentar así comprenderlo y disfrutarlo, y las que, como Puri, se aferran a la seguridad de la pared y el suelo conocido sin tener ninguna necesidad de ver más allá. Fue en ese momento, mirando el horizonte de un país totalmente desconocido para ella, cuando decidió que siempre abriría bien los ojos para comprender el mundo, aunque a veces le diera miedo.
Ya en el tren devoró todos los periódicos que había comprado, así se enteró de que unos militares dirigidos por el general Mola habían dado un Golpe de Estado en la tarde del 17 de julio, este Golpe de Estado no había triunfado en las principales ciudades, pero sí en algunas del interior. Por ello, el país se había dividido entre los que apoyaban el Golpe y los que querían derrocarlo. En realidad había más ciudades a favor del golpe que en contra, y si había sido repelido era únicamente porque las principales ciudades se habían declarado fieles a la República. Prácticamente todo el interior de España se había declarado a favor de los sublevados. Por lo visto, en las grandes urbes tampoco fue un fracaso, pues si bien Madrid y Barcelona eran ahora territorio de la República, no fue así desde el comienzo, sino que durante los primeros días se habían debatido entre ambos bandos.
Esto pintaba mal, conforme Julia iba leyendo le quedaba más claro que las ilusiones que tenía cuando estaba en el barco no iban a cumplirse, desde luego no era el asunto sin importancia que ella había querido creer que era. También se dio cuenta de que la mayoría de los diarios claramente apoyaban a los insurgentes, y veían la República como una república comunista. Se apreciaba en los periódicos el miedo a que triunfara el comunismo en España. No lo entendía, había estudiado el comunismo, y estaba claro que el gobierno de la República nunca hubiese repartido los bienes entre todos sus ciudadanos. Ni siquiera las desamortizaciones eran revolucionarias, aunque sus tierras casi fueron expropiadas por ser más de un veinte por ciento de la renta municipal.
El tren la dejó en Charleston, Carolina del Sur, donde vivía su tío. El tío Pepe, o Joseph, como lo llamaban todos allí, era un hombre de unos sesenta años que había partido a América cuando apenas tenía la mayoría de edad. Compró terrenos y se hizo rico con el cultivo de algodón primero, y tabaco después. El crack del 29 hizo todavía más rico a Joseph, ya que había sido siempre demasiado desconfiado para ingresar su dinero en banco alguno, y menos aún para comprar o vender acciones de negocios que no conocía. Por eso, cuando la crisis estalló, él era uno de los pocos norteamericanos con dinero de verdad, ya que tampoco aceptó nunca pagarés o cheques, “sólo dinero contante y sonante” era su lema. Esto, unido a una cabeza prodigiosa para los negocios, le convirtió en uno de los hombres más ricos del sur de Estados Unidos, que en la actualidad contaba con empresas textiles y periódicos, además de su adorada plantación. Ahora era un hombre mayor, pero nadie hubiese adivinado nunca su edad, puesto que seguía manteniendo un aspecto lozano, apoyado en una vitalidad más propia de un hombre joven. El hombre que la esperaba al bajar del tren medía casi dos metros, y tenía una sonrisa en su cara que hizo que Julia lo adorara desde el primer momento.
—Mi preciosa sobrina, supongo.
—Hola, mi nombre es Julia, encantada. Padre me ha hablado mucho de usted.
—Por favor, niña, que soy tu tío. No me hables como si fuese un desconocido.
Julia se sonrojó. Ese hombre, aunque la estaba acogiendo en su casa, era ambas cosas. Su tío, sí, pero también un desconocido.
—Vamos, Anne te está esperando en la casa. Estamos los dos muy contentos de que estés aquí. Anne siempre ha querido una niña para vestirla como una muñequita… Te pido paciencia. Esa mujer es un cielo…
A Joseph se le iluminaba la cara cuando hablaba de su mujer. Era obvio para cualquiera que tuviera ojos que era un hombre enamorado, aun después de tantos años de matrimonio.
Cuando llegaron a la casa, Julia entendió por qué su tío le había pedido paciencia. Anne estaba eufórica, casi tan nerviosa como ella.
La vivienda estaba situada a las afueras de la ciudad, junto a la plantación de tabaco. Era enorme y preciosa, pero Julia no pudo apreciar sus detalles de puro nervio que tenía. Si le hubiesen preguntado cómo era, no habría podido decir nada de su gran fachada blanca, de su hermoso porche o de sus columnas talladas. No había notado, una vez dentro, que la casa estaba exquisitamente decorada, que era espaciosa pero no fría, y que de las ventanas colgaban elegantes cortinas de ricos bordados, que en los techos había preciosos tapices de ángeles que nada tenían que envidiar a la Capilla Sixtina, y que las escaleras eran de un mármol brillante y extraño, por sus finas vetas rosáceas. Nada de esto podía haber comentado porque no vio nada, estaba demasiado aturdida, demasiado expectante a los acontecimientos. Por no hablar de que tía Anne la cogió del brazo y la llevó directamente a su habitación.
—¡Por fin llegáis! Julia, tenía tantas ganas de conocerte...
Tía Anne era una mujer menuda, pelirroja y con muchas pecas. Era de familia irlandesa y una de las personas más alegres que Julia había visto nunca. Se apreciaba claramente su ansiedad por caerle bien a su sobrina.
—Encantada, tía Anne.
—Ven por aquí. He decorado yo misma tu dormitorio, pero si no te gusta siempre podemos cambiarlo. Espero que te sientas como en tu casa.
—Gracias, tía.
—Por favor cielo, no seas tan correcta. Uno no es tan educado con la familia. Este es tu nuevo hogar. Algo me dice que acabarás casándote con algún chico de la ciudad. Aquí hay chicos muy guapos, ¿sabes?
A aquel comentario le acompañó una sonrisa pícara que a Julia le pareció divertida en una mujer de su edad. La mujer continuó sin dar tregua a su sobrina.
—Mañana daremos una fiesta. He hablado a todas mis amigas de ti, y están ansiosas de conocerte. Por supuesto también vendrán hombres… Los hombres son imprescindibles en una fiesta, si no, no podríamos bailar, ¿verdad?
Julia rió la broma de su tía, aunque la estaba abrumando un poco. Su tía continuó con su monólogo hasta que llegaron a la habitación que ocuparía Julia.
—¿Y bien? ¿Qué te parece?
Por primera vez, guardó suficiente silencio para escuchar a su sobrina.
El dormitorio era precioso. Estaba decorado de una forma elegante y con buen gusto. Podría haber resultado ostentoso, pero el criterio de Anne, al elegir muebles de líneas sencillas y suaves, lo hacía acogedor. Julia realmente se sintió como en casa.
—Es perfecto.
Sonrió a su tía y ella respiró tranquila por primera vez.
—Y todavía no has visto lo mejor…
Anne se separó de su sobrina, se dirigió a la puerta del armario y lo abrió. Aquello no era un armario, era un vestidor completo… ¡Y estaba lleno!
—Me he tomado la libertad de comprarte un vestuario completo porque he pensado que en Europa no se llevará la misma ropa que aquí.
Puso cara de niña traviesa antes de añadir:
—Le pedí a tu padre tus medidas en cuanto supe que venías. Así que todo es de tu talla.
—¿Cómo sabe mi padre mis medidas?
—Supongo que le preguntaría a tu costurera. ¡Pero vamos! Veamos si ha acertado.
Cuando Julia vio aquella ropa a punto estuvo de preguntarle a su tía si aquello era una broma. Las faldas eran demasiado cortas, las camisas tenían formas ceñidas, los vestidos eran definitivamente más atrevidos que todo lo que había vestido nunca, ¡y hasta había pantalones!
—Pero…
—Venga. Pruébatelos. Este vestido es precioso. Sería perfecto para mañana.
—Pero… tú no vistes así.
Anne rio de buena gana:
 —Pero, niña, ¿no pretenderás que una vieja como yo vista como las jovencitas?
Julia no estaba muy segura:
—No quiero llevar nada inapropiado. Sobre todo la primera vez que me vean. Se formarían una imagen de mí nada favorable… No quiero avergonzaros, tía.
—¡Bobadas! Las chicas visten así hoy en día. No te preocupes más. Yo nunca te haría parecer una fulana. A saber cómo te vestía el cateto de tu padre.
—¡Pero, tía!
—¿Qué? Ahora no me irás a decir que tu padre tiene buen gusto y conoce las pasarelas de París, ¿verdad?
Julia no pudo evitar sonreír. Probablemente tenía razón. Además, su padre nunca habría permitido que enseñase las rodillas, aunque la moda lo dictase. Miró el vestido, era realmente bonito…
—¿A qué esperas?
Esa fue toda la invitación que necesitaba. Unas horas después, Julia y su tía eran grandes amigas, y el guardarropa de Julia había sido vaciado por completo, todos los trajes probados, comentados y seleccionados para cada ocasión. Fue entonces cuando Julia se fijó en una puerta de su dormitorio en la que no había reparado antes.
—¿A dónde da esa puerta?
—A una habitación contigua. Pero no te preocupes, no dejaremos que se hospede nadie ahí.
—¿Va a quedar inutilizada?
—Sí, claro. Pero hay habitaciones de sobra en esta casa.
—¿Podría ocuparla Puri? Me preocupa tenerla lejos. No habla nada de inglés.
—Bueno, no es lo más usual. Al fin y al cabo es una criada… Claro que tampoco estará cómoda entre los criados de aquí… Después de todo ella es blanca.
Julia no entendió bien aquella afirmación, pero le pareció que su tía tenía razón en una cosa: Puri no iba a sentirse a gusto con nadie que no la entendiese. Así que se alegró de que su tía aceptase tan rápidamente.
Puri se sintió un poco desconcertada al ver la lujosa habitación que iba a ocupar. Más tarde le confesó a su amiga que se sentía como una princesa, aunque por otra parte, detestaba aquella situación. Podría haberse sentido feliz si no estuviese tan angustiada por la suerte de su familia, y de aquel al que amaba en secreto, Manuel, el hermano mayor de Julia, o si por lo menos no se hubiese encontrado tan aislada en medio de aquel mundo en que todos hablaban un idioma que ella no entendía, y que sonaba como si estuviesen acatarrados.
Julia no estuvo a solas hasta la hora de dormir, pero no pudo pegar ojo. Tenía pensado revelarle a su tío que sabía la verdad, y que estaba ansiosa por saber noticias, pero cuando se encontró con aquel hombre tierno y amable, preocupado porque ella no descubriera que existía guerra alguna en España, se dio cuenta de que su tío pensaría que le había fallado a su hermano en la labor de protegerla. Se dio cuenta de que no sería capaz de decirle la verdad a aquel hombre, tendría que ser la chica inocente ajena a todo que querían que fuese. Sin embargo, tenía que conseguir noticias, si no, se volvería loca. Ya era terrible estar tan lejos de los suyos sabiendo que corrían peligro, pero no saber siquiera cómo se estaban desarrollando los acontecimientos era demasiado para poder soportarlo. Durante horas estuvo dándole vueltas al asunto. Por más que lo intentaba no conseguía encontrar la forma de enterarse de las noticias sin herir los sentimientos de sus tíos… y entonces se le ocurrió. Tenía que convencer a alguien para que le trajese noticias. Pero, ¿cómo? Recordó las palabras de su tía: “aquí hay chicos muy guapos”. Aquella insinuación le dio la idea. Tendría que enamorar a algún chico y convencerlo de que la pusiese al día. Cuando tuvo su plan, por fin, pudo dormir.


Capítulo 3

A la mañana siguiente Julia desayunó con sus tíos, y se dispuso inmediatamente después a arreglarse para la fiesta. Le resultaba difícil ocultar sus nervios, estaba ansiosa por conocer nuevos detalles de la Guerra de España, y no estaba del todo segura de ser capaz de conseguir su propósito. Nunca había coqueteado con un chico, esperaba que fuese más fácil de lo que parecía…
Por fin llegó el momento. Se había mostrado encantadora ante todos los asistentes, ganándose la aprobación de las señoras. Reunió todas sus fuerzas, y en un intento de infundirse valor, recordó que John le explicó que en Estados Unidos las jóvenes podían coquetear con los hombres sin que se las tildaran de frescas, como ocurría en España. Su padre siempre le había insistido que una joven no debía “tontear”, como él lo llamaba, con los chicos, porque eso la ponía en evidencia, y seguramente el muchacho en cuestión pensaría que era de cascos ligeros, no la querría o, en el peor de los casos, se tomaría libertades para después decirle a todos que era una desvergonzada. Pensar en las enseñanzas de su padre casi la hizo rendirse. No quería que pensasen eso los jóvenes de aquí, avergonzaría a sus tíos, pero decidió confiar en las enseñanzas de John. De esta forma, se dirigió a un grupo de jóvenes muchachos que el tío Joseph le había presentado antes y que en aquel momento discutían de forma acalorada. 
Lo que la decidió por aquel grupo y no otro fue que no había chicas, así que podría desplegar sus encantos sin miedo a que las otras muchachas la odiasen por ello. Se sabía bonita, siempre le habían dicho que sus grandes ojos azules contrastaban a la perfección con su pelo oscuro, y los hoyuelos que aparecían en su rostro cuando sonreía le daban un aire encantador. Además, las ropas que vestía favorecían su figura revelando sus curvas en los lugares adecuados. No era arrogante, pero sabía las armas que tenía, y estaba dispuesta a usarlas. Con esa seguridad se acercó a los chicos, que callaron inmediatamente, lo que le dio la pista de que quizás hablaban de España. Bien, coquetearía con todos, los sopesaría, y finalmente decidiría cuál sería su informador.
—¿Soy inoportuna, chicos?
—Nunca una dama hermosa es inoportuna.
Peter Stephen Johnston, o Pitt, como lo llamaban todos, era guapo, se veía claramente que tenía experiencia con las mujeres. Era rubio y alto, con unos ojos verdes tremendamente vivos y pillines. Estaba claro que no se dejaría enamorar fácilmente, aunque quizás aceptase ser el informador, pues no descartaba que incumplir una promesa hecha a Joseph fuese un inconveniente para algunos, pero no para él, que quizás lo viera como un juego divertido.
—¿Y una como yo?
—Una como usted menos aún —dijo, sonriendo.
—No le haga caso, señorita, Pitt no está acostumbrado a tratar con damas extranjeras. Sean Theodor Weber era serio, noble y educado, de rasgos tremendamente dulces. Era moreno, casi tan alto como Pitt, y sus ojos eran de un precioso color miel, juntos hacían una gran pareja. Quizás fuese ese chico tan serio y formal el informador más leal. Desde luego, esos dos muchachos eran los más guapos del grupo, pero a Julia no se le pasó ni por un instante la idea de un idilio. Estaba más preocupada en conseguir noticias de su tierra. Maldijo en silencio a su tío por ser tan bueno. Si la hubiese recibido con indiferencia, no le hubiese importado decirle que lo sabía todo, pero era tan gentil con ella… Sabía que le partiría el corazón, no podía decirle nada. Decidió que uno de esos dos sería su informador, ahora tenía que conseguir que se quedaran a solas con ella, pero sobre todo, tenía que conseguir asegurarse de que, antes de pedírselo, ellos estarían dispuestos. Así que continuó con la conversación.
—No creo que las damas de su país deban de ser tratadas de forma distinta que las extranjeras, ¿me equivoco?
Sean sonrió.
—No me refería a eso, Pitt es un maleducado con nuestras señoras, lo pasa es que ellas se guardan de él.
—Así que ¿debería esconderme de este caballero como del lobo feroz? No me parece usted tan… peligroso.
Julia se colocó entre los dos, quería apartarlos del grupo con disimulo.
—No, señorita, no soy ningún lobo, y prometo no comérmela —dijo esta frase con una sonrisa entreabierta en los labios, y una voz que indicaba claramente que la estaba provocando, de su contestación dependía mucho la visión que tendrían de ella.
—No me preocupa que usted intente comerme, estoy convencida de que su estimado amigo no lo permitirá. Además, no sé cómo son las americanas, pero a mí no me come cualquiera —lo dijo con una sonrisa tan dulce y un tono tan pícaro que todos los chicos se echaron a reír, y ella respiró realmente aliviada.
Hasta entonces pensaba que quizás se ofendieran ante tal afirmación, si una extranjera hubiese dicho eso en España estaba segura de que la censurarían. En ese momento decidió que se lo pediría a los dos, ya que sería menos sospechoso si dos jóvenes acudían a verla juntos que si un chico se quedaba a solas con ella, ni siquiera estaba segura de que Joseph permitiera algo así. Hasta el momento no se había fijado en el joven que permanecía callado, observándola, como si estuviera analizando todos sus movimientos y supiese exactamente lo que pretendía. Era el único que no reía con sus bromas y que no intentaba agradarla, aunque todos daban por perdida la batalla por su corazón antes siquiera de empezarla, pues consideraban a Pitt y a Sean muy por encima de ellos. Sin embargo, ese hombre silencioso no intentaba agradarla, se mantenía a cierta distancia del grupo sin decir nada, sólo la observaba, y la verdad es que ahora que se había dado cuenta la ponía nerviosa.
En la distancia, Anne se acercó a su marido:
—Parece que la niña tiene buen gusto. Ni yo misma hubiera elegido mejor.
—Anne… no te adelantes, sólo está hablando con ellos un poco. Pero reconozco que me gusta lo que veo.
—Mira entre los dos jóvenes que está. Cualquiera de ese grupo sería un buen partido, pero Sean y Pitt, todas las madres sueñan con tenerlos como yernos.
Joseph frunció el ceño, todos eran buenos chicos, pero… ¿quién era el joven que los acompañaba? No lo había visto nunca, y era evidente que estaba mirando mucho a su sobrina.
—¿Conoces al que está un poco apartado del grupo? El que parece que la está escudriñando.
Su esposa sonrió, no conocía al joven en cuestión, pero era evidente que su sobrina Julia tenía un admirador.
—No te preocupes, Joe, si está con los demás chicos no puede ser mal muchacho. Además, es muy guapo.
Joseph olvidó por completo a Julia y se centró en su mujer de lleno:
—¿Guapo?
Anne sonrió pícaramente a Joseph. No podía creer que después de tantos años juntos su marido siguiese siendo tan posesivo.
—¡Por Dios, Joseph! ¿No te das cuenta de que soy una vieja? Puedo decir que un joven es guapo, pero ya no juego en esa liga.
—Sólo porque tú no quieres. Ningún hombre, joven o viejo, se resistiría a esas pecas.
Nadie se fijó en que los anfitriones dejaron la fiesta por un rato, pero desde luego a nadie se le pasó por alto que Joseph y Anne estaban especialmente radiantes durante la última mitad de la fiesta…
Julia cada vez estaba más nerviosa por la presencia de su observador e intentaba por todos los medios no turbarse. Sin embargo, finalmente Pitt y Sean se dieron cuenta de que la chica estaba pendiente de otro que no eran ellos, lo que les decepcionó un poco, hasta que recordaron que nadie había presentado a su amigo a la señorita.
—Perdón, señorita Robles, por nuestra mala educación. Este es nuestro amigo, Nathan James Geller. Nathan, la señorita Julia Robles.
—Encantada.
—Igualmente, mi señorita. —Se acercó a ella y le susurró de forma que los otros no oyeron:
—Si sigue así, no dudo que sacará la información que desea saber a estos muchachos y más aún…
Tras esto, se marchó hacia la casa.
Ella se quedó atónita. ¡Sabía exactamente lo que estaba haciendo! Ese hombre de ojos penetrantes era el único que había visto su ansiedad por saber noticias, él había sido el único que había notado que sabía que su país estaba en guerra. Sería él, sin duda, quien le traería las noticias. Puesto que ya sabía que ella estaba enterada, sería más fácil.
—¿Quién es su amigo, caballeros?
—No se preocupe por su descortesía, Nathan es… un poco raro.
—No me preocupa, su amigo no ha sido para nada descortés.
Estuvo un rato hablando con los chicos para no levantar sospechas, y fue tan encantadora que ambos pensaron que eran los chicos más afortunados de la fiesta por tal deferencia. Decidieron que no había chica más encantadora, culta e ingeniosa, ya que hablaron de libros y política (siempre dejando a un lado la guerra de España), y se gastaron bromas entre ellos. Cuando ella se fue, Pitt le dijo a Sean que quería casarse con ella. Su amigo se rió.
—Si no fuera porque yo también me he enamorado, me reiría de que te quieras casar con una joven con la que apenas has hablado veinte minutos.
Julia buscó a Nathan por toda la fiesta, pero no lo encontró. Decepcionada, fue al interior de la casa a descansar y poner en orden sus pensamientos. Allí lo encontró, en la puerta de una pequeña sala que su tío utilizaba para fumar puros porque a su encantadora esposa le repulsaba su olor.
—Has tardado más de lo que pensaba.
«Me estaba esperando»
—Espera, cerremos la puerta.
—No me gustaría manchar su nombre, pero si insiste…
Cerró rápidamente la puerta y ella fue al grano.
—Necesito que me informe de los progresos de la guerra en España.
—Vaya, señorita, debería usted decirle a todos que lo sabe, se ahorrarían el trabajo de tener que ocultarlo, aunque el orgullo de su tío quedaría diezmado.
—¿Lo hará?
—¿Qué me daría a cambio?
—¿Qué? Un caballero no pediría a una dama nada a cambio de un favor, menos si es una dama tan desesperada como yo.
—Un caballero quizás no. Estoy seguro de que Sean y Pitt le harían el mismo favor gratis, pero yo no hago nada sin esperar algo a cambio.
Julia estaba aturdida, no había pensado que las cosas salieran así. ¿Qué quería aquel hombre? Si le traía noticias de los suyos, le daría lo que pidiese.
—Bueno, ¿y qué es lo que quiere? ¿Cuánto dinero?
—No, por favor, soy muy rico, puede que hasta más que usted.
—Entonces, ¿qué podría ofrecerle? Dígalo si hay algo, y deje de jugar. Si no está dispuesto a informarme tendré que buscar a alguien.
Se quedó un rato pensativo, pero finalmente dijo:
—Seré su informante.
—¿Y a cambio?
—Mi dulce señorita, es pronto para querer cobrar este favor, pero…
Se acercó a ella, la cogió por la cintura para atraerla hacia sí. Sus ojos la miraban con intensidad, tanto que por un momento ella fue totalmente dócil. Estaba demasiado aturdida por ese hombre, por sentirlo tan cerca, perdida por completo en esos hipnóticos ojos negros. Aunque se había pasado la vida rodeada de hombres, ninguno la había tratado así nunca, y no tenía ni idea de cómo reaccionar.
—¿Y si le pidiera un beso?
Su voz fue más un susurro que otra cosa, su cara estaba muy cerca de la suya, si realmente él hubiese querido, podría haberle robado ese beso. Pero no lo hizo, se quedó quieto, mirándola a muy poca distancia. Fue sólo un instante, unos segundos quizás, puede que menos, pero lo suficiente para que ella reaccionara. ¡Ese canalla la estaba insultando!
Olvidó que su propósito era seducir a un hombre para convencerlo. En cambio, recordó lo que sus hermanos le habían enseñado para las situaciones como esta. Cogió la gran mano que rodeaba su cintura y la dobló por la muñeca hasta que él se puso de rodillas, entonces le dijo en el tono más amenazador que había usado nunca:
—Si vuelve usted a insultarme de ese modo, haré que se arrepienta.
Nathan empezó a reírse, entonces ella le aflojó la muñeca. Tampoco a él le habían hablado nunca así, se levantó y se marchó, sin parar de reírse.
Para Julia estaba claro que ese tunante no sería su informador, y eso casi la aliviaba, porque no quería tener nada que ver con un hombre tan impertinente. Aquella sonrisa, aquel rostro sensual tan cerca del suyo… Bueno, sensual no. ¡Claro que no!
Tenía que calmarse. Volvió a la fiesta, y consiguió a duras penas actuar con normalidad. Pero pronto recordó que tenía una misión, se recompuso y prestó toda su atención a Pitt y Sean. Tenía que conseguir que la ayudaran, por lo que se mostró tan interesante y coqueta como pudo, y cuando estuvo segura de que aquellos dos muchachos guardarían el secreto, se aventuró a contarles todo. Primero se quedaron desconcertados y después se sintieron un poco utilizados, pero estaban demasiado encandilados, y por suerte, los dos jóvenes se sentían muy afortunados de ser los elegidos para la tarea.
Cuando terminó la fiesta, Julia tenía muy buena impresión de todos los americanos. Habían sido muy amables con ella, todos menos ese insufrible de Nathan, pero a pesar suyo, ella lo recordaba más que a ningún otro invitado. Sus brazos eran tan fuertes, y había sido tan descarado… ¡Le había pedido un beso! Ella nunca había besado a nadie y tenía curiosidad por saber lo que sentiría, pero claro, no iba a darle su primer beso a cualquiera. De darlo, simplemente por probar, se lo daría a Pitt o a Sean. ¡Ellos eran tan apuestos y tan simpáticos…!
En cuanto subió a su habitación, se encontró con Puri y le contó todo lo sucedido. Ahora que su criada se había sincerado con ella, se había convertido en una aliada para conseguir noticias. Al fin y al cabo, Puri estaba tan preocupada como ella, pero además tenía el problema del idioma, que le dificultaba más aún el recibir novedades. Sin embargo, su doncella no prestó apenas atención a la historia de cómo había conseguido que Pitt y Sean se unieran a ella para conseguir información. Y es que Puri se quedó prendada de aquel sinvergüenza que había tratado de seducir a su señora.
—¡Qué descarado! ¿Y tú qué hiciste?
—Pues apartarlo, ¿qué iba a hacer?
—No sé. ¿Es guapo?
—Sí, bueno… pero Pitt y Sean son más guapos.
—Pero dime… ¿Es alto?
—Sí, bastante, casi tanto como tío Joseph.
—Hija, tengo que sacarte las cosas con cuenta gotas… ¿Cómo es?
—Parece que estás emocionada por ese canalla.
—Me emocionaré sólo si es guapo.
—Qué rica, pues… es moreno y tiene los ojos negros también. Sus facciones son duras, pero su rostro es atractivo, y…
Al ver que su amiga no continuaba, Puri la instó:
—¿Y?
—Es fuerte, cuando me agarró noté su pecho y su vientre firmes.
Julia se estaba ruborizando al hablar de esos detalles y estaba visiblemente nerviosa, así que su amiga se apiadó de ella, aunque empezó a soñar con una bonita historia de amor…
—Bueno, da igual, si es un sinvergüenza bien sirve de poco que sea tan atractivo, ¿no?
Julia volvió a sentirse cómoda y se relajó.
—Exacto, no sirve de nada, además ya te he dicho que Pitt y Sean son más guapos que él. Y menos peligrosos… —No estaba segura de que tipo de peligro representaba Nathan, pero sabía que aquel hombre era peligroso… al menos para ella.

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12 comentarios:

  1. Como ya dije en otra entrada, he tenido el honor de leer estos capítulos (y unos pocos más, jejeje) y me parecen excelentes.
    La narración, las pinceladas históricas, los personajes..., grandes incentivos para seguir leyendo y conocer la historia de Julia.
    Enhorabuena, Miriam :D

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  2. Muy buena Miriam. No me canso de elogiar tus escritos. Sabes que en mí tienes una fan. Necesito saber más de la historia de Julia. Qué ganas de seguir leyendo!! Me has dejado con la miel en los labios y en eso consiste. Un abrazo. Muxutxus.

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  3. Tienes una forma de escribir que me resultó de una escritora profesional. Eres muy buena, la historia es maravillosa, los personajes encantadores, y el ritmo de la lectura bastante fluida. Quedé enganchada desde el primer párrafo. No me equivoqué al enlazar tu blog al mío, me ha gustado tu novela.

    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias Martha. Eres muy amable y de nuevo, gracias por enlazar desde tu blog :D

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  4. Una historia atrapante Miriam, me ha gustado mucho desde el principio!!!El ritmo de lectura es muy fluido y me gustan mucho los personajes. Me parece una gran historia!!

    Felicidades!!!Un beso!!!

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    1. Me alegro de que te haya gustado Raquel. Muchas gracias, espero que el resto te guste igual o más ;)
      Besitos!

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  5. Me enamoré de esta pareja hace unos añitos ya y seguirás cautivándome con tu historia...Por un encuentro fortuito, por una historia con una fuente rica en detalles. Su desarrollo es fluido y ameno, sin descuidar cada expresión y bueno, sus personajes son únicos, sobre todo el enigmático Ethan. Miriam gracias por compartir estos capítulos tan bien trabajados y ¡¡adelante con tu proyecto!!. Desde Sevilla un abrazo muuu fuerte.

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  6. El tema es muy interesante. El desarrollo de tu proyecto es magnífico. Tienes una manera de describir y narrar los hechos que mantienen al lector muy atento e interesado en la obra por lo cual te felicito y espero poder seguir disfrutando de sus capítulos. Desde Venezuela mi cariño y afecto para ti.

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    1. Muchas gracias Mireya. En breve esta novela estará a la venta (crucemos los dedos). Espero que la disfrutes!

      Un abrazo desde España.

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