Clock, clock, clock. Las gotas de agua caían contra el
cristal mientras ella se entretenía en contarlas. Clock, 345, clock, 346,
clock, 347.
Qué lejos quedaba ya el verano,
más lejos aún, quedaba aquel verano, el verano de su veintidós cumpleaños, El
Verano, con mayúsculas, porque como para todo el mundo, para ella también hubo
un verano distinto a todos los demás, uno que recordaría siempre, uno que aún
recordaba.
Él, porque siempre hay un Él en
un verano así, era el hombre de su vida, inteligente, divertido, espontaneo, el
tipo de hombre con el que cada momento es una aventura y cada aventura es un
sueño hecho realidad, o mejor aún, un sueño que no sabía que tenía.
Aquel verano, su verano, cogió
toda su sensatez y la tiró por la ventana, rió como nunca había reído y lloró
con toda su alma.
Cerró los ojos, y de nuevo volvía
a tener veintidós, y de nuevo llevaba aquel vestido celeste que la hacía
sentirse capaz de conquistar el mundo, de volar sobre él, porque ese vestido
era del mismo color del cielo y con él ella era capaz de volar. Y volvió a
encontrarse con él, y ahora sonreía, como solo los años te pueden hacer sonreír
ante la visión del hombre amado y perdido. Y él estaba allí, tan irresistible,
tan imprudente, tan genuino, tan peligroso como aquel verano. Y ella nada sabía
de la fecha de caducidad que traen los amores de verano, pensaba que cada día
de su vida podría nadar desnuda junto a él en el mar, juraba amor eterno, sin ser consciente de
cuánta verdad había en aquellas palabras. Y reía, reía sin preocupaciones, se
escapaba a hurtadillas de su casa, para que sus padres no la viesen, se
maquillaba más de la cuenta y llevaba siempre menos ropa de la que
correspondía.
Clock, 348, clock, 349, clock,
350. Aquel verano, aquel verano ella pensó que no terminaría, que la lluvia no
llegaría a llevarse su calor, que la sonrisa de él no se difuminaría entre las
hojas de otoño. Aquel verano el tiempo no existió, y el nunca, sólo era un reto
para convertirse en ahora y el imposible era una carcajada y un porqué no.
Pero llegó el otoño y después el
invierno, y él dejó de ser el sol y ella dejó de ser el cielo. Su sonrisa de
pronto no fue cálida, bañarse en el mar no era ya no le apetecía, les abandonaron
las aventuras, y los sueños se retiraron entre la bruma de la niebla. Y se
despidieron. Él se marchó, el verano terminó.
Pero ahora, que contaba las
gotas, ahora, que había hecho las paces con el tiempo y con el invierno, ahora
que ya no corría con su vestido celeste, ni quería vivir para siempre. Ahora
que sabía que hay amores eternos que duran un instante, ahora, sonreía y daba
gracias por haber tenido su verano, aquel verano…
Clock, 351, clock, 352…
Qué bonito, quién no ha vivido un amor de verano. Tierno, dulce e inconsciente. Corto pero muy intenso y con mucho sentimiento.
ResponderEliminarMe gusta mucho como escribes, de forma sencilla pero directa.
Un beso!!
gracias!! Ahora te comento en tu blog! ^^
Eliminarque bien escribes leche
ResponderEliminarjajaja gracias!
Eliminar¡¡Un relato precioso!! Me gusta mucho como expresas los sentimientos que a la vez hacen sentir a los lectores.
ResponderEliminarBesos y abrazos
Gracias Luisa! ^^
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