El papel en
blanco. La pesadilla de todo escritor. El mayor miedo que una persona que se
dedica a volcar su vida en el papel es que, un día, al ver una hoja en blanco,
no sea capaz de llenarla de sentimientos, de emociones, ni siquiera de
garabatos.
El maldito papel
en blanco. Debería haber un nombre para el síndrome del escritor con pavor a
ese dichoso momento.
Eso era lo único
que podía pensar mientras veía parpadear la barrita que escribe las letras en
el ordenador. ¿Cómo se llamaría esa barrita? Lo estaba poniendo nervioso, más
nervioso de lo que le ponía saber que su próxima y esperada novela no iba a ser
un éxito, y no lo iba a ser por la sencilla razón de que era incapaz de
escribirla.
Una frase, sin
tan sólo fuese capaz de escribir una frase, el resto de la historia seguiría
sola, como un todo, incapaz de interrumpirse. Las historias eran así, llegaban
y en el momento en que nacían iban creciendo y desarrollándose solas.
Siempre lo habían considerado un gran
escritor, cuya inventiva y capacidad de desarrollo era única. Lo que la gente
no sabía es que esas historias no las inventaba él. Bueno, no del todo. Las
historias, las buenas al menos, se escribían solas, ellas eran las que te iban
indicando el camino a seguir, la personalidad de cada personaje hacía que
sucediese una cosa u otra, y las situaciones, como en la vida, no eran más que acontecimientos
que se desarrollaban de forma natural, por inercia, digamos. ¡Pero para que eso
pasase tendría que tener un principio! Un simple punto de partida, una
Singularidad a partir de la que surgiese un Big Bang. Y él, no tenía esa
Singularidad, ese inicio de todo.
Suspiró, vertió otro trago de whisky en
su vaso y mientras lo tomaba, empezó a reflexionar sobre su vida. Recordó el
joven escritor lleno de ideas que había sido, cómo había luchado con editores
para llegar a publicar su primera novela. Sonrió. “Luces de otoño” había
alcanzado el éxito en cuanto convenció a alguien de que la publicaran. A la
crítica le había encantado, aquella novela era su primer hijo por así decirlo,
y estaba orgulloso de lo que había llegado a ser, una historia que incluso hoy,
más de veinte años después, seguía vendiéndose. Desde aquel éxito, su vida
había sido una sucesión de hechos causales. Para él, aquel era su punto de
partida. Desde ese momento, su sueño dejó de ser un sueño para convertirse en
la más maravillosa de las realidades. Novela tras novela, éxito tras éxito,
hasta este maldito bloqueo, hasta que llegó una página en blanco que no quería
ser escrita. Sorbo a sorbo de whisky empezó a preguntarse por qué quería seguir
escribiendo si ya no tenía nada que contar. ¿Era por la fama? ¿El prestigio?
Desde luego no era por el dinero, podía vivir bien con los derechos de sus
libros ya publicados, así que por qué. Volvió a pensar en el joven que fue, en
la ilusión de aquel chiquillo por hacer llegar a la gente sus historias, su
mensaje, quería cambiar el mundo. No como los activistas por los derechos
humanos, o las personas que dan su vida por una causa. Él pensaba que cada uno
cambia el mundo a su manera, y él quería cambiar el mundo, sí, el mundo de cada
persona que leyese sus historias. ¿Lo habría conseguido? Quizás había, veinte
años después, algún joven que le debiese su vocación, o quizás alguna mujer lo
había dejado todo para perseguir su sueño, como había hecho la protagonista de
uno de sus libros. O tal vez, su forma de cambiar el mundo hubiese sido más
modesta aún, y simplemente había ayudado a soportar una realidad demasiado dura
a alguien, evadiendo del mundo a esa persona, creando un refugio, un lugar en
que sentirse seguro.
Sí, después de
tantos años, tantas historias, tantos reconocimientos… quizá había cambiado el
mundo de alguien… o quizás no. ¿Era por eso que tenía que seguir escribiendo? ¿Para
poder cambiar a alguien? No, hacía tiempo que había dejado de ser ese chico
ingenuo. Y entonces se dio cuenta. Primero dejó de escribir para cambiar el
mundo y empezó a escribir porque tenía algo que contar, más tarde también dejó
de escribir por ese motivo y lo hizo para pagar las facturas, la escuela de sus
hijos, las vacaciones en la playa, el programa en el extranjero de su hija, la
casa con piscina…
¿Y ahora? Ya no tenía nada que pagar,
podía vivir tranquilamente de las rentas, tampoco tenía nada que contar, y
desde luego ya no esperaba cambiar la vida de nadie.
Eso habría
frustrado a algún otro, pero acababa de descubrir que ya no tenía ningún motivo
para escribir, para sentirse presionado por aquel bloqueo. Dio otro trago de aquel
whisky escocés, miro la pantalla en blanco del ordenador. La rayita de nombre
misterioso seguía parpadeando, invitándole a escribir. Apagó el ordenador,
decidió levantarse, salir a pasear con su mujer y disfrutar la vida. Ya no
tenía un motivo por el que escribir, pero sí muchos por los que vivir.
Aquella noche,
cuando volvió a su casa, no encendió el ordenador. Cogió un bolígrafo y empezó
a escribir en un folio, luego en otro…
Aquella fue su
obra maestra, la obra que cambio el mundo de muchas personas… y la escribió sin
ningún motivo.
A veces me pregunto como petardos o petardas de escritore/as pueden presumir de sus novelas cuando veo imaginación en tus relatos a diestro y siniestro.La vida es injusta por que es inconcebible que una persona como yo que solo acabó sus estudios primarios se de cuenta de tu talento mientra gente con carrera no te haya dejado ni una referencia por dicho relato...no es justo que tan pocos lleguen a ser reconocido/as y desperdícian talentos como el tuyo para publicar la típica novela barata y carente de interés...exquisita narración.
ResponderEliminarWow! de verdad que no sé que decir. Gracias.
ResponderEliminar