Toda su vida había sabido que se
casaría con un rey, para eso estaban las princesas, para ser vendidas a reyes
de otros reinos más poderosos. Pero no esperaba que, en vez de a un apuesto
príncipe, su padre eligiese a un viejo que tenía una hija de su edad. Bueno, al
menos tendría una amiga.
Bajó nerviosa al Gran Salón, era
su primer día como reina.
–Buenos días.
–Así que tú eres la nueva mujer
de papá. Vaya, esperaba que al menos fueses más guapa que la anterior...
Y con esa frase se evaporó
cualquier posibilidad de ser amigas, como se evapora el agua en un día de
calor.
–Vaya, no sabía que el rey había
tenido más mujeres aparte de tu madre.
–Oh, sí, mi padre colecciona
cosas bonitas: jarrones, alfombras, cuadros, mujeres…
Se oyó un crujido muy parecido al
de los nudillos de una reina a punto de pegar a una princesa…
–Ahá –si decía una palabra más,
el crujido acabaría siendo el de la cara de la princesa.
–Pero claro, ninguna es tan guapa
como lo era mi madre. –se encogió de hombros– o
como lo soy yo. Tú, desde luego, estás bastante lejos de esa belleza. Quiero
decir de la mía, claro.
La habitación estaba en silencio,
ningún sirviente, súbdito o animal de compañía quería perderse la conversación.
La recién llegada era la reina, y por tanto, tenía potestad sobre la princesa,
pero ¿se atrevería con la niña de los ojos del rey?
La reina observaba a, su no tan
niña, nueva hija. <<Le daría unos azotes si fuese más pequeña, pero no me
veo poniéndome sobre las faldas a una mujer diez centímetros más alta que yo>>.
–Pero no me malinterpretes, estoy
muy contenta contigo, a tu lado seguiré siendo la más bella del reino.
<<¡Por Dios! ¿Es que esa… no
tenía moderación ninguna?>>.
–¿Y qué te hace pensar que eres
tan hermosa, jovencita?
La reina pensó que el “jovencita”
dejaría claro que ella era la reina, y por tanto, mayor, aunque sólo fuese en
título. Por su parte, la princesa parecía tan confusa que un observador experto
habría pensado que estaba desarrollando la Teoría de Cuerdas.
–Pues porque… no sé, lo dicen todos. Pregunta.
La reina se giró al público, que
acababa de recordar, como si fuesen uno solo, que estaban realmente ocupados
en… bueno, en cosas.
–Tú, el camarero. ¿Es guapa la
princesa?
El camarero se sonrojó, ninguna
reina le había hablado antes, y prefería que hubiese seguido así durante al
menos unos treinta o cuarenta años. Eso le garantizaba que no lo llevarían a la
horca por ofender a una de las damas. No se engañaba, dijera lo que dijera
ofendería a una de ellas. Optó por defender a la princesa; después de todo,
ella solía quedarse, mientras que las nuevas reinas…
–Sí, alteza, la princesa es muy
hermosa.
La reina parecía muy poco
conforme. La mujer que ella tenía ante sí era mona, sí, pero no era para tanto…
–¿Y por qué es tan hermosa?
Ahora el camarero no parecía sólo
incómodo, sino realmente alterado. Si decía que la princesa tenía un buen par
de… ojos, quizás fuese el rey quién lo ahorcase.
–Tiene una hermosa piel blanca y
sin defectos.
–Ya. ¿No te has enterado que la
palidez ya no se lleva? La gente paga dinero por estar morena.
En aquel momento, el camarero
parecía muy arrepentido, muy avergonzado y un montón más de “muys” que esperaba
garantizasen su vida.
–Está bien, vete.
La reina preguntó entonces a una dama,
pues sabía que, siendo mujer, no estaría tan dispuesta a regalar cumplidos a la
odiosa muchacha.
La dama de la Corte,
efectivamente, tenía muchos rencores hacía la princesa, en su mayoría
relacionados con un joven y apuesto cazador. Pero no era tonta, y sabía muy
bien que la reina, como todas, duraría un par de meses, y la princesa en
cambio… seguiría siendo la niña mimada del Rey.
–Por supuesto, mi reina, que la
princesa es muy hermosa.
La reina, ya picada, preguntó:
–¿Más hermosa que yo?
En honor a la verdad, la reina
era muy pero que muy hermosa. Tanto que quizás el rey no se hartase de ella…
<<uff… ¿y ahora que digo?>>.
–Vos sois muy hermosa, mi reina.
La reina parecía un pelín
exasperada y un pelín furiosa… por supuesto un pelín muy grueso y largo, de los
que él sólo bastaría para hacer un abrigo a tres mujeres “grandes”.
–Eso no es lo que te he
preguntado.
–Ya… bueno, sí, supongo que es
más hermosa que vos, mi reina.
La princesa estaba tan complacida
consigo misma que podría haberse tendido en una camilla y dado besos por todo
el cuerpo, si hubiese podido estirar lo suficiente sus hermosos y rojos labios.
La reina en cambio…
–¡Tú!
…
-¡Sí, tú, el narrador! Tú eres
imparcial, ya que no estás aquí.
–Bueno, señora…
–Reina o alteza, si no te
importa.
–Sí claro, alteza. Lo que quiero
decir es que mi opinión no puede ser tomada en cuenta, ya que yo realmente no
estoy allí. En realidad, ni siquiera existo. Sólo soy una voz en off que aclara
algunas cosas al lector, que tampoco está allí.
–¡Pero tendrás opinión!
–De eso nada, señora.
La reina estaba tan molesta como
le permitía su porte regio, pero estaba empezando a considerar desprenderse de
su corona para tener algo duro y puntiagudo con que atacar a alguien.
–¡Por Dios! ¡Si le preguntara a
un espejo de esta Corte, me diría que la princesa es la más hermosa!
La princesa también empezaba a
estar harta, pero ella no tenía ningún problema en mostrarse poco acorde con la
etiqueta.
–Vale ya, ¿no? Eres una envidiosa
y una engreída. No eres la más bella de este reino, ¿y qué? Ya lo eras de tu
reino, ¿no? Pues confórmate, ahora sólo eres la madrastra, y si sigues así,
pronto se añadirá un “malvada” a tu apelativo, bruja.
–¿Crees que soy una bruja? ¡Pues
prepárate!
La reina se dio la vuelta y se
marchó a su habitación. Estaba furiosa con aquella niña, que para colmo no era
ni la mitad de guapa de lo que se creía. ¡Ojalá fuese una bruja de verdad, le
daría un escarmiento!
La princesa por su parte, que
aunque era mona, no era nada inteligente, estaba muy asustada. Creía que había
enfadado a una bruja, y todos sabemos, incluso yo que no estoy, que eso bueno
bueno, no es.
La princesa se encogió de
hombros. Por muy mala que fuese su nueva mamá, no iba a hacerle nada aquella
tarde, y ella había quedado con un cazador de lo más apuesto. Eso sí, en
secreto, que no es conveniente que una princesa se vea con un plebeyo pobretón,
por muy guapo que sea.
La reina necesitaba dar un paseo,
tenía que decidir cómo lidiar con la situación. En realidad no le importaba
mucho no ser considerada tan guapa como su hijastra, lo que la molestaba era
esa actitud de “soy tan hermosa que se
enamorarían de mí aunque estuviese inconsciente y metida en un ataúd”. ¡Ojalá
fuese una bruja, le daría una puñetera manzana de esas que te quitan de en
medio por una temporada…! Pero ella era una simple princesa… ¡No, una reina!
¡Valiente primer día de reina! No podía ser peor…
Y entonces el día mejoró de
golpe.
–Ejem, ejem…
La princesa estaba pálida, y por
una vez no era por su blanca piel. La habían pillado con las manos en la masa.
Bueno, más bien con las manos en el cazador.
–¡Mamaíta querida!
La reina levantó una ceja, había
pasado de ser la “malvada madrastra” a “mamaíta querida” en lo que se tarda… ¿en
quitarle los pantalones a un cazador?
–Hola, mi preciosa hijita.
–No lo contarás, ¿verdad?
–mmm… es el deber de una amante
esposa no guardar secretos a su marido.
La reina estaba disfrutando con
esto casi tanto como disfrutaría de un helado de chocolate con almendras.
–Pero es normal que las madres
tengan secretos con sus hijas, son… cosas de mujeres. –la princesa afirmaba con
tanto énfasis que parecía que en vez de cuello tenía un muelle.
–No sé, no sé…
El cazador estaba retrocediendo
discretamente. Algunas cosas es mejor que las solucionen las mujeres solas, en
especial si esas mujeres pueden mandarte al calabozo por abrir la boca.
La reina se encogió de hombros.
–Da igual, de todas formas tu
padre ya ha concertado tu matrimonio para dentro de tres meses, así que si
quieres divertirte un poco…
La princesa había pasado del
“blanco, me han pillado in fraganti” al “morado, eso no puede ser”. La reina se
apiadó de ella.
–Lo siento, creía que lo sabías…
tu matrimonio con mi hermano, el heredero de mi reino, se acordó a la vez que
el mío con tu padre.
La princesa miró descorazonada al
cazador. Se tornó de un tono rojizo que ciertamente la hacía parecer hermosa.
–Pero… yo… lo quiero a él.
–Quizás, pero ¿lo querrás cuando
no tengas criados? ¿Cuando no pueda comprarte ropas lujosas? ¿Cuando seas tú la
que tenga que cocinar y limpiar la casa?
La princesa pareció dudar un
momento. El cazador estaba tenso, como si de su respuesta dependiera la
existencia del mundo entero.
–Sí.
La reina sonrió. Después de todo,
la muchacha no era tan mala, hasta tenía corazón.
–Entonces vete, fugaros juntos y
vivid en el bosque, donde nadie se atreve a entrar.
La princesa y el cazador se
miraron, con un montón de preguntas flotando entre ellos como globos llenos de
helio. ¿Podrían vivir en el bosque? ¿Sería capaz la princesa de sobrevivir sin
comodidades? Y por el amor de Dios, ¿habría algún lobo que quisiera comérselos
para la merienda? La princesa dio un paso hacia el cazador y él la
correspondió, no pasa todos los días que una princesa se fije en un simple
siervo.
La reina observó cómo se adentraban
en el bosque cogidos de la mano, y volvió al castillo.
La desaparición misteriosa de la
princesa pronto fue la comidilla de toda la Corte. Las malas lenguas recordaban
a una madrastra que quería ser más hermosa que su nueva hija… ¿Sería cierto que
la nueva reina era una bruja? ¡Y también el cazador había desaparecido! ¿Acaso
le habría encargado la reina que se deshiciese de su rival en belleza?
Muy buena Miriam, muy buena
ResponderEliminarGracias Sonia! tan amable como siempre :)
EliminarNarrativa de primera,frescura en cada frase,argumento interesante con mucho sarcasmo y a la vez reflexión...me gustó Miriam de veras felicidades u un fuerte abrazo
ResponderEliminarGracias! :)
EliminarUn cuento muy chulo,divertido y diferente. Me ha gustado mucho
ResponderEliminargracias Luisa ^^
EliminarMe gustan tu cuento muy bueno
ResponderEliminarGracias Ani ^^
EliminarUn cuento bastante peculiar, donde la cuarta pared ha sido derrumbada sin piedad lo cual normalmente no me gusta que se haga pero en este caso me ha divertido bastante y no me ha parecido "inapropiado". Es bueno.
ResponderEliminarGracias. El narrador es un persanje de algunos de mis cuentos, en Hechizada también aparece, me alegro de que no te haya parecido violento :)
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