Capítulo 1
Estaba rodeada de agua.
Agua por todas partes, no se veía nada más desde la cubierta de aquel barco.
Aún no daba crédito a lo que había pasado, en menos de un día su familia se
había deshecho de ella. Sin explicaciones, con sólo un motivo susurrado, que
parecía más una excusa débil, sin apenas despedidas. Lo único que sabía era que
se dirigía a casa de su tío Pepe, en América, a un país en el que no se hablaba
su lengua natal, aunque por suerte ella sabía hablar inglés a la perfección
gracias a John, su tutor, un profesor británico que se había enamorado de una
española, al que su padre había contratado como tutor para sus hermanos. Cómo
lo echaría de menos... Los echaría de menos a todos, nunca había estado fuera
de casa. Su padre, sobreprotector como era con la única mujer de la familia, ni
siquiera la dejaba ir al pueblo sin que sus hermanos la acompañaran, una forma
amable de decir que la escoltaban y se aseguraban de que ningún hombre la
mirase siquiera.
Y ahora allí estaba, sin
más compañía que Puri, su sirvienta, o más bien su mejor amiga, ya que apenas
era unos años mayor que ella y no recordaba cuándo la conoció. Puri,
simplemente, siempre había estado allí.
Julia suspiró, apenas
llevaban unas horas de viaje, un viaje que sería realmente largo. Sin embargo
había sido suficiente para perder la costa de vista. Su tierra había
desaparecido, y ahora se enfrentaba a la idea de tener que empezar una vida con
un familiar al que no conocía.
“Tu tío es mayor, y ni él
ni su esposa tienen a nadie que les haga compañía. Tendrás que ir a
cuidarlos”. Aquella había sido la escueta razón de su padre para separarse de
ella, pero no era tonta, su padre nunca se hubiese deshecho de su hija así como
así, y menos con aquella prisa. Algo pasaba.
—Doña Julia, debemos
entrar en el camarote, está a punto de llover.
Julia miró al cielo, no
le parecía que estuviese demasiado encapotado, pero si Puri lo decía,
probablemente pronto empezaría a llover. Se dejó guiar hacia el camarote, ya
que su padre y sus hermanos la escoltaron la primera vez que se dirigió a él, e
insistieron en despedirse allí mismo. No querían verla marchar, y ella no se
había fijado en el camino al salir a tomar el aire, estaba demasiado ocupada
intentando reprimir sus náuseas.
Una vez en el camarote
vio la deprimente habitación como lo que era, su cárcel para los próximos días. Era bastante bonito, limpio y estaba diseñado para llevar a pasajeras
femeninas de clase alta, no se imaginaba a ninguno de sus cinco hermanos en una
habitación con esas delicadas flores en las paredes. Pero a Julia no le gustó.
Se sentó en la cama y se le humedecieron los ojos. Toda su vida había sido una
niña mimada y protegida, sus hermanos y su padre se habían encargado de ello,
pero ahora… ¿Quién la protegería de esos hombres pervertidos que su padre
aseguraba que había por todas partes? ¿Quién le regalaría dulces y libros cada
vez que ella quisiera? Aquello era…
No pudo terminar el
pensamiento puesto que una nausea horrible acudió a borrárselo.
—Es por el movimiento del
barco.
—¿Tú no tienes, Puri?
—Por ahora no, pero sé
que le da a muchas personas. Tuve un novio marinero que me explicó que no todo
el mundo vale para la mar.
¿Un novio? ¿Cuándo?
Habría insistido en saber más detalles si esta vez su estómago revuelto no
hubiese insistido en expulsar todo lo que tenía dentro. Por suerte, la
diligente Puri le acercó justo a tiempo una palangana. Varias veces.
Julia cerró los ojos, se estaba
muriendo, tenía que ser eso, no recordaba haber comido tanto en su vida como
para poder echarlo ahora. Dormir estaría bien, no podría marearse más si estaba
dormida. Se durmió escuchando las primeras gotas de lluvia.
Algo la tiró de la cama.
Estaba todo muy oscuro. Rodó. ¿Qué demonios…?
—¿Puri?
Una voz ahogada entre
llanto sonó.
—¡Vamos a morir!
—¿Qué?
Julia todavía estaba
atontada por el sueño y el golpe, apenas recordaba dónde estaba, cuando
empezaron a aclararse las ideas.
—Juanito me lo contó, el
marinero digo, las tormentas hunden barcos todos los días. ¡Vamos a… a… a…!
¡¡No quiero!!
Julia jamás había visto
–o más bien oído, porque no podía verla en aquel momento– a Puri así de
histérica. Tenía que hacer algo. Su primer error fue levantarse, el suelo
seguía moviéndose, y no duró de pie ni un segundo. Cayó de nuevo y rodó, justo
para acabar donde Puri estaba llorando a moco tendido.
—Puri, cálmate. No vamos
a morir.
—¡Vamos a morir! ¡Es
nuestro castigo por dejar a los nuestros! Huimos de la muerte, pero lo muerte
siempre te encuentra, yo no quería venir, yo… —Puri rompió en llanto desconsolado.
¿De qué estaba hablando?
¿Huimos de la muerte? ¡Dios mío! ¡Estaba desvariando! Tenía que volverla en sí.
La abrazó fuerte, pero sólo sirvió para que chillase más. Vale, los mimos no la
ayudarían en ese momento. Cogió a Puri por los hombros para medir la distancia
en la oscuridad, y le zampó un bofetón en toda la cara. Julia era la menor de
cinco hermanos varones, no tenía miedo de usar la violencia si era necesario.
Al morir su madre durante el parto, ella no había tenido ningún ejemplo femenino
que seguir, y tanto su padre como sus hermanos le habían enseñado a tratar
muchas cosas como lo haría un hombre. Las mujeres lloronas eran una de ellas.
Puri se quedó
boquiabierta, su señora jamás le había pegado.
—Bien, ya te has calmado.
A estas alturas Julia
tenía claro que estaban pasando por una tormenta, pero no tenía muy claro qué
hacer. Sintió remordimientos por pegarle a su amiga.
—Lo siento Puri, no sabía
cómo calmarte.
Ahora Puri sí aceptó ese
abrazo. Se quedaron sentadas una al lado de la otra.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Esperar a que pase.
¿Tenemos algo de comer?
—Sí, empaqueté una caja
de dulces, y unos chorizos de la matanza para tu tío.
A Julia se le iluminó la
cara. ¿Dulces? Cuando no hay nada que hacer, tener dulces es lo mejor.
—¿Dónde están?
—Pero son para tu tío.
—Bah, le compraremos más
cuando lleguemos a puerto.
Puri también sonrió, la
luz parpadeó levemente, como una señal de que aquello pronto pasaría. La
muchacha se arrastró hasta un baúl anclado en el suelo, lo abrió y sacó una caja
de dulces. Ambas se pusieron a comer como si no lo hubiesen hecho nunca.
Pero Julia no tardó en
llegar a la conclusión de que no había sido buena idea, su estómago le había
dado un descanso únicamente porque estaba totalmente vacío. Descubrió que los vaivenes
del barco en tormenta no la ayudarían a retener nada dentro. Y lo difícil que
era acertar dentro de la palangana…
La tormenta no duró mucho
y unas horas después la calma había vuelto. Puri estaba tan serena como antes,
pero Julia estaba tensa. Aquellas palabras de Puri habían despertado en ella la
curiosidad, conocía demasiado bien a su criada como para saber que no hablaría
de esa manera sin motivo. Pero por más que preguntaba, Puri alegaba que había
dicho tonterías porque estaba asustada.
No fue hasta unos días
después, cuando su cuerpo se acostumbró al mar, que se enteró de la verdad.
Guerra. Había oído esas palabras casi al azar, paseando por cubierta, y le
habían helado el alma. Aun así, supo mantener la compostura y fue capaz de
controlarse lo suficiente como para no salir corriendo hacia el camarote. Con
cada paso, las palabras de Puri se le repetían en la cabeza: “Huimos de la
muerte”.
Cuando entró en el
camarote no pudo más.
—Vas a contarme la
verdad, y lo vas a hacer ahora.
Puri se quedó boquiabierta.
No esperaba aquel enfrentamiento. El padre de Julia, Don Manuel, le había
prometido que todo saldría bien, que Julia no se enteraría de nada. El pobre
hombre, en su afán de proteger a su hija, tenía la esperanza de que Julia no
llegara a enterarse siquiera de que había una guerra en España. La cara de
Julia le dijo a Puri que la farsa había terminado antes incluso de empezar.
Suspiró, tendría que enfrentar a su señora y amiga.
—¿Qué quieres saber?
—He oído que hay guerra
en España. ¿Es cierto?
—En realidad nada es
seguro. Tú padre te ha embarcado antes de que las cosas lleguen a ese extremo,
sabes que sé poco de estas cosas. Sólo que ha habido un golpe de Estado, y que
tu padre y otros creen que hay que derrocarlo y restablecer todo como estaba.
Me han dicho que van a despedir a todos para que vayan a luchar, y van a cerrar
la casa. Tu padre me ha dado casi todo el dinero y… —no sabía si seguir
hablando.
—¡Puri, por lo que más
quieras, cuéntame todo o te mato! —Su cara reflejaba una gran amargura y pesar,
casi tanta como tensión. Estaba a punto de perder los nervios.
—Está bien, me han dado
también un montón de cartas para que te las vaya entregando, todas son felices
y cuentan cosas que tu padre se ha inventado sobre tus hermanos y él. También
ha avisado a tu tío para que no te enteres de nada. Don Manuel le pidió que te
protegiera. Además, hay una carta que dice la verdad, y que sólo te debo dar si
le matan.
—¿Matarlo? Eso es
imposible. Papá es el hombre más pacífico que hay en el mundo, es imposible que
alguien quisiera hacerle daño. Todo el mundo lo quiere.
Hasta ese momento había
escuchado sin interiorizar nada, pero de pronto todo se abrió paso en su
cabeza. Había guerra, y su padre iba a luchar, podría morir. ¡Dios mío! ¿Cómo
no se había dado cuenta antes? ¿Por qué no habían embarcado con ella? ¡Sus
vidas podrían correr peligro! Recordó lo que acababa de decir Puri, sus
hermanos y su padre iban a intentar restablecer la República. Iban a luchar.
Rezó porque su padre hubiese sido un alarmista y que aquello sólo fuese un
episodio más de su sobreprotección. Aun así, la palabra “guerra” no hacía más
que repetirse en su cabeza. ¿Qué se les había perdido a ellos en la guerra?
Guerra. No lucharían
contra extranjeros, eran los españoles los que se enfrentarían unos a otros.
Ella sabía que si su padre tomaba el bando de los republicanos, como haría,
tendría que enfrentarse a muchos de sus amigos, ya que, en su posición social,
la mayoría eran conservadores que pensaban que la República estaba llevando al
traste a la sociedad española. Julia nunca había prestado demasiada atención a
la política, para ella el mundo siempre había sido San Luis, su casa, aquellos
muros confortables y aquellas tierras en las que nunca pasaba nada. Sabía que,
cuando nació, en España no había República, sino una monarquía, la de Alfonso
XIII, y que estaban en guerra con Marruecos. Sabía que después hubo una
dictadura, y que, en 1931, el día que ella cumplió diez años, se proclamó la II
República de España. Pero para ella todo eso eran datos, datos que nunca habían
perturbado su vida, y que simplemente permanecían en sus amados libros,
contándole lo que pasaba en otros sitios, nunca en los imperturbables muros de
San Luis, nunca a sus seres queridos. Por un momento le aturdió la idea de que
la historia reclamaba ahora a su familia como había reclamado a tantos otros,
no pudo por menos que sonreír, pensando que quizá fuese su padre uno de los
personajes clave en esta contienda. Y que quizás fuese la pasión que ponía su
hermano Juan en todo lo que hacía, o la prudencia de Carlos, o la lengua ágil
de Manuel, capaz de enardecer a una multitud… o la diplomacia de Paco,
acostumbrado, al ser el mediano, a mediar siempre entre todos los demás; o
quizás fuese la testarudez de Antonio… Sí, quizás alguno de sus hermanos fuese
una de esas figuras clave para la Historia, y las generaciones futuras leyesen
sus nombres en los libros de texto. Pero ¿qué estaba pensando? ¿Qué tiene de
hermoso que escriban tu nombre en la Historia si es ligado a una guerra? Una
guerra que además era monstruosa, no como todas las guerras sin más, ya que
esta guerra enfrentaría a hermanos, primos y amigos. En su familia eran todos
republicanos, pero conocía a muchas familias que tenían en sus haberes
extremistas, tanto de derechas como de izquierdas. También ella y sus hermanos
tenían amigos en el otro bando, y ahora se daba cuenta de que, si el destino
era cruel, podría poner a su hermano Paco con una escopeta frente a su mejor
amigo, Alfonso, que siempre decía que la República era un gran mal para España,
aunque realmente consideró a Alfonso demasiado cobarde para formar parte de
aquello, y pidió al destino que su hermano no tuviera que pasar por eso.
Entonces se dijo a sí misma que si seguía pensando esas cosas se volvería loca,
y más en un país tan lejano en el que seguro no llegarían noticias de una
guerra de tan poca importancia, ya que esta guerra –estaba totalmente segura–
sólo afectaba a los españoles.
Capítulo
2
Los días iban pasando en
el barco, allí había poco que hacer. La mayoría de la gente a bordo poco o nada
sabía de la situación de España. Al igual que ella, habían embarcado cuando las
cosas no estaban claras y no sabían muy bien qué ocurría. Por eso, aunque Julia
intentó conseguir información se encontró igual que estaba al principio.
Conforme se acercaba a América se hacía en ella cada vez más fuerte la ilusión
de que su padre había exagerado en su reacción y que en realidad no era para
tanto. Sí, estaba segura que al atracar se enteraría de que la guerra no había
sido más que una revuelta, y que se había sofocado casi tan rápido como su
padre la había montado en el barco. Quizás, después de todo, sí haría a su tío
una visita familiar, y nada más.
El barco atracó en Nueva
York, y cuál fue la sorpresa de Julia al enterarse de que el mundo observaba
con atención todo lo que ocurría en España. Sí, había guerra, su padre no había
exagerado, y parecía que los periódicos estadounidenses consideraban que esta
guerra era un microcosmos en el que se enfrentaban el capitalismo al comunismo.
Creían que el resultado de “La Guerra de España” reflejaría lo que ocurriría
después en el resto del mundo. Decidió comprar todos los periódicos que
encontró a su paso para leerlos en el tren, por lo menos no iba a ser tan difícil
recibir noticias como creía.
Aquella ciudad le
impresionó muchísimo, había edificios tremendamente altos y gentes muy
variadas, vio por primera vez en su vida a una persona negra, una mujer alta de
grandes ojos y labios gruesos que le pareció preciosa y exuberante. Miró a
todos lados con los ojos ansiosos del que descubre algo totalmente nuevo, y
aprovechó que el tren tardaría unas horas en salir para visitar el Empire State
Building, una monstruosidad de ochenta y siete plantas. Cuando estuvo en su mirador
tuvo un miedo atroz, recordó la Torre de Babel de la que le habían hablado en
la iglesia, y tuvo la certeza de que aquella creación no tenía nada que
envidiarle. Se asomó al balcón de aquella mole de hormigón y las vistas desde
allí le parecieron las más hermosas del mundo. Los pájaros debían ver aquello a
diario pero, para los ojos de la joven, aquella vista supuso la libertad. Se
sintió en aquellas alturas, con el viento en la cara, más libre y más
emocionada de lo que había estado nunca. Las personas parecían hormigas desde
allí, y el suelo estaba tan lejano que era difícil no soñar, le pareció el
lugar más mágico del mundo. Puri subió con ella, pero se quedó totalmente
pegada a la pared, y por mucho que le insistió Julia, no se atrevió a acercarse
a la barandilla para contemplar las vistas. Eso le hizo pensar a Julia que
existían dos clases de personas, las que, como ella, se asoman al mundo para
verlo mejor e intentar así comprenderlo y disfrutarlo, y las que, como Puri, se
aferran a la seguridad de la pared y el suelo conocido sin tener ninguna
necesidad de ver más allá. Fue en ese momento, mirando el horizonte de un país
totalmente desconocido para ella, cuando decidió que siempre abriría bien los
ojos para comprender el mundo, aunque a veces le diera miedo.
Ya en el tren devoró
todos los periódicos que había comprado, así se enteró de que unos militares
dirigidos por el general Mola habían dado un Golpe de Estado en la tarde del 17
de julio, este Golpe de Estado no había triunfado en las principales ciudades,
pero sí en algunas del interior. Por ello, el país se había dividido entre los
que apoyaban el Golpe y los que querían derrocarlo. En realidad había más
ciudades a favor del golpe que en contra, y si había sido repelido era
únicamente porque las principales ciudades se habían declarado fieles a la
República. Prácticamente todo el interior de España se había declarado a favor
de los sublevados. Por lo visto, en las grandes urbes tampoco fue un fracaso,
pues si bien Madrid y Barcelona eran ahora territorio de la República, no fue
así desde el comienzo, sino que durante los primeros días se habían debatido
entre ambos bandos.
Esto
pintaba mal, conforme Julia iba leyendo le quedaba más claro que las ilusiones
que tenía cuando estaba en el barco no iban a cumplirse, desde luego no era el
asunto sin importancia que ella había querido creer que era. También se dio
cuenta de que la mayoría de los diarios claramente apoyaban a los insurgentes,
y veían la República como una república comunista. Se apreciaba en los
periódicos el miedo a que triunfara el comunismo en España. No lo entendía,
había estudiado el comunismo, y estaba claro que el gobierno de la República
nunca hubiese repartido los bienes entre todos sus ciudadanos. Ni siquiera las
desamortizaciones eran revolucionarias, aunque sus tierras casi fueron
expropiadas por ser más de un veinte por ciento de la renta municipal.
El tren la dejó en
Charleston, Carolina del Sur, donde vivía su tío. El tío Pepe, o Joseph, como
lo llamaban todos allí, era un hombre de unos sesenta años que había partido a
América cuando apenas tenía la mayoría de edad. Compró terrenos y se hizo rico
con el cultivo de algodón primero, y tabaco después. El crack del 29 hizo todavía más rico a Joseph, ya que había sido
siempre demasiado desconfiado para ingresar su dinero en banco alguno, y menos
aún para comprar o vender acciones de negocios que no conocía. Por eso, cuando
la crisis estalló, él era uno de los pocos norteamericanos con dinero de
verdad, ya que tampoco aceptó nunca pagarés o cheques, “sólo dinero contante y
sonante” era su lema. Esto, unido a una cabeza prodigiosa para los negocios, le
convirtió en uno de los hombres más ricos del sur de Estados Unidos, que en la
actualidad contaba con empresas textiles y periódicos, además de su adorada
plantación. Ahora era un hombre mayor, pero nadie hubiese adivinado nunca su
edad, puesto que seguía manteniendo un aspecto lozano, apoyado en una vitalidad
más propia de un hombre joven. El hombre que la esperaba al bajar del tren medía
casi dos metros, y tenía una sonrisa en su cara que hizo que Julia lo adorara
desde el primer momento.
—Mi preciosa sobrina,
supongo.
—Hola, mi nombre es
Julia, encantada. Padre me ha hablado mucho de usted.
—Por favor, niña, que soy
tu tío. No me hables como si fuese un desconocido.
Julia se sonrojó. Ese
hombre, aunque la estaba acogiendo en su casa, era ambas cosas. Su tío, sí,
pero también un desconocido.
—Vamos, Anne te está
esperando en la casa. Estamos los dos muy contentos de que estés aquí. Anne
siempre ha querido una niña para vestirla como una muñequita… Te pido
paciencia. Esa mujer es un cielo…
A Joseph se le iluminaba
la cara cuando hablaba de su mujer. Era obvio para cualquiera que tuviera ojos
que era un hombre enamorado, aun después de tantos años de matrimonio.
Cuando llegaron a la
casa, Julia entendió por qué su tío le había pedido paciencia. Anne estaba
eufórica, casi tan nerviosa como ella.
La vivienda estaba
situada a las afueras de la ciudad, junto a la plantación de tabaco. Era enorme
y preciosa, pero Julia no pudo apreciar sus detalles de puro nervio que tenía.
Si le hubiesen preguntado cómo era, no habría podido decir nada de su gran
fachada blanca, de su hermoso porche o de sus columnas talladas. No había
notado, una vez dentro, que la casa estaba exquisitamente decorada, que era
espaciosa pero no fría, y que de las ventanas colgaban elegantes cortinas de
ricos bordados, que en los techos había preciosos tapices de ángeles que nada
tenían que envidiar a la Capilla Sixtina, y que las escaleras eran de un mármol
brillante y extraño, por sus finas vetas rosáceas. Nada de esto podía haber
comentado porque no vio nada, estaba demasiado aturdida, demasiado expectante a
los acontecimientos. Por no hablar de que tía Anne la cogió del brazo y la
llevó directamente a su habitación.
—¡Por fin llegáis! Julia,
tenía tantas ganas de conocerte...
Tía Anne era una mujer
menuda, pelirroja y con muchas pecas. Era de familia irlandesa y una de las
personas más alegres que Julia había visto nunca. Se apreciaba claramente su
ansiedad por caerle bien a su sobrina.
—Encantada, tía Anne.
—Ven por aquí. He
decorado yo misma tu dormitorio, pero si no te gusta siempre podemos cambiarlo.
Espero que te sientas como en tu casa.
—Gracias, tía.
—Por favor cielo, no seas
tan correcta. Uno no es tan educado con la familia. Este es tu nuevo hogar.
Algo me dice que acabarás casándote con algún chico de la ciudad. Aquí hay
chicos muy guapos, ¿sabes?
A aquel comentario le
acompañó una sonrisa pícara que a Julia le pareció divertida en una mujer de su
edad. La mujer continuó sin dar tregua a su sobrina.
—Mañana daremos una
fiesta. He hablado a todas mis amigas de ti, y están ansiosas de conocerte. Por
supuesto también vendrán hombres… Los hombres son imprescindibles en una fiesta,
si no, no podríamos bailar, ¿verdad?
Julia rió la broma de su
tía, aunque la estaba abrumando un poco. Su tía continuó con su monólogo hasta
que llegaron a la habitación que ocuparía Julia.
—¿Y bien? ¿Qué te parece?
Por primera vez, guardó
suficiente silencio para escuchar a su sobrina.
El dormitorio era
precioso. Estaba decorado de una forma elegante y con buen gusto. Podría haber
resultado ostentoso, pero el criterio de Anne, al elegir muebles de líneas
sencillas y suaves, lo hacía acogedor. Julia realmente se sintió como en casa.
—Es perfecto.
Sonrió a su tía y ella
respiró tranquila por primera vez.
—Y todavía no has visto
lo mejor…
Anne se separó de su
sobrina, se dirigió a la puerta del armario y lo abrió. Aquello no era un
armario, era un vestidor completo… ¡Y estaba lleno!
—Me he tomado la libertad
de comprarte un vestuario completo porque he pensado que en Europa no se
llevará la misma ropa que aquí.
Puso cara de niña
traviesa antes de añadir:
—Le pedí a tu padre tus
medidas en cuanto supe que venías. Así que todo es de tu talla.
—¿Cómo sabe mi padre mis
medidas?
—Supongo que le
preguntaría a tu costurera. ¡Pero vamos! Veamos si ha acertado.
Cuando Julia vio aquella
ropa a punto estuvo de preguntarle a su tía si aquello era una broma. Las faldas
eran demasiado cortas, las camisas tenían formas ceñidas, los vestidos eran
definitivamente más atrevidos que todo lo que había vestido nunca, ¡y hasta
había pantalones!
—Pero…
—Venga. Pruébatelos. Este
vestido es precioso. Sería perfecto para mañana.
—Pero… tú no vistes así.
Anne rio de buena gana:
—Pero, niña, ¿no pretenderás que una vieja
como yo vista como las jovencitas?
Julia no estaba muy
segura:
—No quiero llevar nada
inapropiado. Sobre todo la primera vez que me vean. Se formarían una imagen de
mí nada favorable… No quiero avergonzaros, tía.
—¡Bobadas! Las chicas
visten así hoy en día. No te preocupes más. Yo nunca te haría parecer una
fulana. A saber cómo te vestía el cateto de tu padre.
—¡Pero, tía!
—¿Qué? Ahora no me irás a
decir que tu padre tiene buen gusto y conoce las pasarelas de París, ¿verdad?
Julia no pudo evitar
sonreír. Probablemente tenía razón. Además, su padre nunca habría permitido que
enseñase las rodillas, aunque la moda lo dictase. Miró el vestido, era
realmente bonito…
—¿A qué esperas?
Esa fue toda la
invitación que necesitaba. Unas horas después, Julia y su tía eran grandes
amigas, y el guardarropa de Julia había sido vaciado por completo, todos los
trajes probados, comentados y seleccionados para cada ocasión. Fue entonces
cuando Julia se fijó en una puerta de su dormitorio en la que no había reparado
antes.
—¿A dónde da esa puerta?
—A una habitación
contigua. Pero no te preocupes, no dejaremos que se hospede nadie ahí.
—¿Va a quedar
inutilizada?
—Sí, claro. Pero hay habitaciones
de sobra en esta casa.
—¿Podría ocuparla Puri?
Me preocupa tenerla lejos. No habla nada de inglés.
—Bueno, no es lo más
usual. Al fin y al cabo es una criada… Claro que tampoco estará cómoda entre
los criados de aquí… Después de todo ella es blanca.
Julia no entendió bien
aquella afirmación, pero le pareció que su tía tenía razón en una cosa: Puri no
iba a sentirse a gusto con nadie que no la entendiese. Así que se alegró de que
su tía aceptase tan rápidamente.
Puri se sintió un poco
desconcertada al ver la lujosa habitación que iba a ocupar. Más tarde le
confesó a su amiga que se sentía como una princesa, aunque por otra parte,
detestaba aquella situación. Podría haberse sentido feliz si no estuviese tan
angustiada por la suerte de su familia, y de aquel al que amaba en secreto,
Manuel, el hermano mayor de Julia, o si por lo menos no se hubiese encontrado
tan aislada en medio de aquel mundo en que todos hablaban un idioma que ella no
entendía, y que sonaba como si estuviesen acatarrados.
Julia no estuvo a solas
hasta la hora de dormir, pero no pudo pegar ojo. Tenía pensado revelarle a su
tío que sabía la verdad, y que estaba ansiosa por saber noticias, pero cuando
se encontró con aquel hombre tierno y amable, preocupado porque ella no
descubriera que existía guerra alguna en España, se dio cuenta de que su tío
pensaría que le había fallado a su hermano en la labor de protegerla. Se dio
cuenta de que no sería capaz de decirle la verdad a aquel hombre, tendría que
ser la chica inocente ajena a todo que querían que fuese. Sin embargo, tenía
que conseguir noticias, si no, se volvería loca. Ya era terrible estar tan
lejos de los suyos sabiendo que corrían peligro, pero no saber siquiera cómo se
estaban desarrollando los acontecimientos era demasiado para poder soportarlo.
Durante horas estuvo dándole vueltas al asunto. Por más que lo intentaba no
conseguía encontrar la forma de enterarse de las noticias sin herir los
sentimientos de sus tíos… y entonces se le ocurrió. Tenía que convencer a
alguien para que le trajese noticias. Pero, ¿cómo? Recordó las palabras de su
tía: “aquí hay chicos muy guapos”. Aquella insinuación le dio la idea. Tendría
que enamorar a algún chico y convencerlo de que la pusiese al día. Cuando tuvo
su plan, por fin, pudo dormir.
Capítulo
3
A la mañana siguiente
Julia desayunó con sus tíos, y se dispuso inmediatamente después a arreglarse
para la fiesta. Le resultaba difícil ocultar sus nervios, estaba ansiosa por
conocer nuevos detalles de la Guerra de España, y no estaba del todo segura de
ser capaz de conseguir su propósito. Nunca había coqueteado con un chico,
esperaba que fuese más fácil de lo que parecía…
Por fin llegó el momento.
Se había mostrado encantadora ante todos los asistentes, ganándose la
aprobación de las señoras. Reunió todas sus fuerzas, y en un intento de
infundirse valor, recordó que John le explicó que en Estados Unidos las jóvenes
podían coquetear con los hombres sin que se las tildaran de frescas, como
ocurría en España. Su padre siempre le había insistido que una joven no debía
“tontear”, como él lo llamaba, con los chicos, porque eso la ponía en
evidencia, y seguramente el muchacho en cuestión pensaría que era de cascos
ligeros, no la querría o, en el peor de los casos, se tomaría libertades para
después decirle a todos que era una desvergonzada. Pensar en las enseñanzas de
su padre casi la hizo rendirse. No quería que pensasen eso los jóvenes de aquí,
avergonzaría a sus tíos, pero decidió confiar en las enseñanzas de John. De
esta forma, se dirigió a un grupo de jóvenes muchachos que el tío Joseph le
había presentado antes y que en aquel momento discutían de forma
acalorada.
Lo que la decidió por
aquel grupo y no otro fue que no había chicas, así que podría desplegar sus
encantos sin miedo a que las otras muchachas la odiasen por ello. Se sabía
bonita, siempre le habían dicho que sus grandes ojos azules contrastaban a la
perfección con su pelo oscuro, y los hoyuelos que aparecían en su rostro cuando
sonreía le daban un aire encantador. Además, las ropas que vestía favorecían su
figura revelando sus curvas en los lugares adecuados. No era arrogante, pero
sabía las armas que tenía, y estaba dispuesta a usarlas. Con esa seguridad se
acercó a los chicos, que callaron inmediatamente, lo que le dio la pista de que
quizás hablaban de España. Bien, coquetearía con todos, los sopesaría, y
finalmente decidiría cuál sería su informador.
—¿Soy inoportuna, chicos?
—Nunca una dama hermosa
es inoportuna.
Peter Stephen Johnston, o
Pitt, como lo llamaban todos, era guapo, se veía claramente que tenía
experiencia con las mujeres. Era rubio y alto, con unos ojos verdes
tremendamente vivos y pillines. Estaba claro que no se dejaría enamorar
fácilmente, aunque quizás aceptase ser el informador, pues no descartaba que
incumplir una promesa hecha a Joseph fuese un inconveniente para algunos, pero
no para él, que quizás lo viera como un juego divertido.
—¿Y una como yo?
—Una como usted menos aún
—dijo, sonriendo.
—No le haga caso,
señorita, Pitt no está acostumbrado a tratar con damas extranjeras. Sean
Theodor Weber era serio, noble y educado, de rasgos tremendamente dulces. Era
moreno, casi tan alto como Pitt, y sus ojos eran de un precioso color miel,
juntos hacían una gran pareja. Quizás fuese ese chico tan serio y formal el
informador más leal. Desde luego, esos dos muchachos eran los más guapos del
grupo, pero a Julia no se le pasó ni por un instante la idea de un idilio.
Estaba más preocupada en conseguir noticias de su tierra. Maldijo en silencio a
su tío por ser tan bueno. Si la hubiese recibido con indiferencia, no le
hubiese importado decirle que lo sabía todo, pero era tan gentil con ella…
Sabía que le partiría el corazón, no podía decirle nada. Decidió que uno de
esos dos sería su informador, ahora tenía que conseguir que se quedaran a solas
con ella, pero sobre todo, tenía que conseguir asegurarse de que, antes de
pedírselo, ellos estarían dispuestos. Así que continuó con la conversación.
—No creo que las damas de
su país deban de ser tratadas de forma distinta que las extranjeras, ¿me
equivoco?
Sean sonrió.
—No me refería a eso,
Pitt es un maleducado con nuestras señoras, lo pasa es que ellas se guardan de
él.
—Así que ¿debería
esconderme de este caballero como del lobo feroz? No me parece usted tan…
peligroso.
Julia se colocó entre los
dos, quería apartarlos del grupo con disimulo.
—No, señorita, no soy
ningún lobo, y prometo no comérmela —dijo esta frase con una sonrisa
entreabierta en los labios, y una voz que indicaba claramente que la estaba
provocando, de su contestación dependía mucho la visión que tendrían de ella.
—No me preocupa que usted
intente comerme, estoy convencida de que su estimado amigo no lo permitirá.
Además, no sé cómo son las americanas, pero a mí no me come cualquiera —lo dijo
con una sonrisa tan dulce y un tono tan pícaro que todos los chicos se echaron
a reír, y ella respiró realmente aliviada.
Hasta entonces pensaba que quizás se
ofendieran ante tal afirmación, si una extranjera hubiese dicho eso en España
estaba segura de que la censurarían. En ese momento decidió que se lo pediría a
los dos, ya que sería menos sospechoso si dos jóvenes acudían a verla juntos
que si un chico se quedaba a solas con ella, ni siquiera estaba segura de que
Joseph permitiera algo así. Hasta el momento no se había fijado en el joven que
permanecía callado, observándola, como si estuviera analizando todos sus
movimientos y supiese exactamente lo que pretendía. Era el único que no reía
con sus bromas y que no intentaba agradarla, aunque todos daban por perdida la
batalla por su corazón antes siquiera de empezarla, pues consideraban a Pitt y
a Sean muy por encima de ellos. Sin embargo, ese hombre silencioso no intentaba
agradarla, se mantenía a cierta distancia del grupo sin decir nada, sólo la
observaba, y la verdad es que ahora que se había dado cuenta la ponía nerviosa.
En la distancia, Anne se
acercó a su marido:
—Parece que la niña tiene
buen gusto. Ni yo misma hubiera elegido mejor.
—Anne… no te adelantes,
sólo está hablando con ellos un poco. Pero reconozco que me gusta lo que veo.
—Mira entre los dos
jóvenes que está. Cualquiera de ese grupo sería un buen partido, pero Sean y
Pitt, todas las madres sueñan con tenerlos como yernos.
Joseph frunció el ceño,
todos eran buenos chicos, pero… ¿quién era el joven que los acompañaba? No lo
había visto nunca, y era evidente que estaba mirando mucho a su sobrina.
—¿Conoces al que está un
poco apartado del grupo? El que parece que la está escudriñando.
Su esposa sonrió, no
conocía al joven en cuestión, pero era evidente que su sobrina Julia tenía un
admirador.
—No te preocupes, Joe, si
está con los demás chicos no puede ser mal muchacho. Además, es muy guapo.
Joseph olvidó por
completo a Julia y se centró en su mujer de lleno:
—¿Guapo?
Anne sonrió pícaramente a
Joseph. No podía creer que después de tantos años juntos su marido siguiese
siendo tan posesivo.
—¡Por Dios, Joseph! ¿No
te das cuenta de que soy una vieja? Puedo decir que un joven es guapo, pero ya
no juego en esa liga.
—Sólo porque tú no
quieres. Ningún hombre, joven o viejo, se resistiría a esas pecas.
Nadie se fijó en que los anfitriones
dejaron la fiesta por un rato, pero desde luego a nadie se le pasó por alto que
Joseph y Anne estaban especialmente radiantes durante la última mitad de la
fiesta…
Julia cada vez estaba más
nerviosa por la presencia de su observador e intentaba por todos los medios no
turbarse. Sin embargo, finalmente Pitt y Sean se dieron cuenta de que la chica
estaba pendiente de otro que no eran ellos, lo que les decepcionó un poco,
hasta que recordaron que nadie había presentado a su amigo a la señorita.
—Perdón, señorita Robles,
por nuestra mala educación. Este es nuestro amigo, Nathan James Geller. Nathan,
la señorita Julia Robles.
—Encantada.
—Igualmente, mi señorita.
—Se acercó a ella y le susurró de forma que los otros no oyeron:
—Si sigue así, no dudo
que sacará la información que desea saber a estos muchachos y más aún…
Tras esto, se marchó
hacia la casa.
Ella se quedó atónita.
¡Sabía exactamente lo que estaba haciendo! Ese hombre de ojos penetrantes era
el único que había visto su ansiedad por saber noticias, él había sido el único
que había notado que sabía que su país estaba en guerra. Sería él, sin duda,
quien le traería las noticias. Puesto que ya sabía que ella estaba enterada,
sería más fácil.
—¿Quién es su amigo,
caballeros?
—No se preocupe por su
descortesía, Nathan es… un poco raro.
—No me preocupa, su amigo
no ha sido para nada descortés.
Estuvo un rato hablando
con los chicos para no levantar sospechas, y fue tan encantadora que ambos
pensaron que eran los chicos más afortunados de la fiesta por tal deferencia.
Decidieron que no había chica más encantadora, culta e ingeniosa, ya que
hablaron de libros y política (siempre dejando a un lado la guerra de España),
y se gastaron bromas entre ellos. Cuando ella se fue, Pitt le dijo a Sean que
quería casarse con ella. Su amigo se rió.
—Si no fuera porque yo
también me he enamorado, me reiría de que te quieras casar con una joven con la
que apenas has hablado veinte minutos.
Julia buscó a Nathan por
toda la fiesta, pero no lo encontró. Decepcionada, fue al interior de la casa a
descansar y poner en orden sus pensamientos. Allí lo encontró, en la puerta de
una pequeña sala que su tío utilizaba para fumar puros porque a su encantadora
esposa le repulsaba su olor.
—Has tardado más de lo
que pensaba.
«Me estaba esperando»
—Espera, cerremos la
puerta.
—No me gustaría manchar
su nombre, pero si insiste…
Cerró rápidamente la
puerta y ella fue al grano.
—Necesito que me informe
de los progresos de la guerra en España.
—Vaya, señorita, debería
usted decirle a todos que lo sabe, se ahorrarían el trabajo de tener que
ocultarlo, aunque el orgullo de su tío quedaría diezmado.
—¿Lo hará?
—¿Qué me daría a cambio?
—¿Qué? Un caballero no
pediría a una dama nada a cambio de un favor, menos si es una dama tan
desesperada como yo.
—Un caballero quizás no.
Estoy seguro de que Sean y Pitt le harían el mismo favor gratis, pero yo no
hago nada sin esperar algo a cambio.
Julia estaba aturdida, no
había pensado que las cosas salieran así. ¿Qué quería aquel hombre? Si le traía
noticias de los suyos, le daría lo que pidiese.
—Bueno, ¿y qué es lo que
quiere? ¿Cuánto dinero?
—No, por favor, soy muy
rico, puede que hasta más que usted.
—Entonces, ¿qué podría
ofrecerle? Dígalo si hay algo, y deje de jugar. Si no está dispuesto a
informarme tendré que buscar a alguien.
Se quedó un rato
pensativo, pero finalmente dijo:
—Seré su informante.
—¿Y a cambio?
—Mi dulce señorita, es
pronto para querer cobrar este favor, pero…
Se acercó a ella, la cogió
por la cintura para atraerla hacia sí. Sus ojos la miraban con intensidad,
tanto que por un momento ella fue totalmente dócil. Estaba demasiado aturdida
por ese hombre, por sentirlo tan cerca, perdida por completo en esos hipnóticos
ojos negros. Aunque se había pasado la vida rodeada de hombres, ninguno la
había tratado así nunca, y no tenía ni idea de cómo reaccionar.
—¿Y si le pidiera un
beso?
Su voz fue más un susurro
que otra cosa, su cara estaba muy cerca de la suya, si realmente él hubiese
querido, podría haberle robado ese beso. Pero no lo hizo, se quedó quieto,
mirándola a muy poca distancia. Fue sólo un instante, unos segundos quizás,
puede que menos, pero lo suficiente para que ella reaccionara. ¡Ese canalla la
estaba insultando!
Olvidó que su propósito
era seducir a un hombre para convencerlo. En cambio, recordó lo que sus
hermanos le habían enseñado para las situaciones como esta. Cogió la gran mano
que rodeaba su cintura y la dobló por la muñeca hasta que él se puso de
rodillas, entonces le dijo en el tono más amenazador que había usado nunca:
—Si vuelve usted a
insultarme de ese modo, haré que se arrepienta.
Nathan empezó a reírse,
entonces ella le aflojó la muñeca. Tampoco a él le habían hablado nunca así, se
levantó y se marchó, sin parar de reírse.
Para Julia estaba claro
que ese tunante no sería su informador, y eso casi la aliviaba, porque no
quería tener nada que ver con un hombre tan impertinente. Aquella sonrisa,
aquel rostro sensual tan cerca del suyo… Bueno, sensual no. ¡Claro que no!
Tenía que calmarse.
Volvió a la fiesta, y consiguió a duras penas actuar con normalidad. Pero
pronto recordó que tenía una misión, se recompuso y prestó toda su atención a
Pitt y Sean. Tenía que conseguir que la ayudaran, por lo que se mostró tan interesante
y coqueta como pudo, y cuando estuvo segura de que aquellos dos muchachos
guardarían el secreto, se aventuró a contarles todo. Primero se quedaron
desconcertados y después se sintieron un poco utilizados, pero estaban
demasiado encandilados, y por suerte, los dos jóvenes se sentían muy
afortunados de ser los elegidos para la tarea.
Cuando terminó la fiesta,
Julia tenía muy buena impresión de todos los americanos. Habían sido muy
amables con ella, todos menos ese insufrible de Nathan, pero a pesar suyo, ella
lo recordaba más que a ningún otro invitado. Sus brazos eran tan fuertes, y
había sido tan descarado… ¡Le había pedido un beso! Ella nunca había besado a
nadie y tenía curiosidad por saber lo que sentiría, pero claro, no iba a darle
su primer beso a cualquiera. De darlo, simplemente por probar, se lo daría a
Pitt o a Sean. ¡Ellos eran tan apuestos y tan simpáticos…!
En cuanto subió a su
habitación, se encontró con Puri y le contó todo lo sucedido. Ahora que su
criada se había sincerado con ella, se había convertido en una aliada para
conseguir noticias. Al fin y al cabo, Puri estaba tan preocupada como ella,
pero además tenía el problema del idioma, que le dificultaba más aún el recibir
novedades. Sin embargo, su doncella no prestó apenas atención a la historia de
cómo había conseguido que Pitt y Sean se unieran a ella para conseguir
información. Y es que Puri se quedó prendada de aquel sinvergüenza que había
tratado de seducir a su señora.
—¡Qué descarado! ¿Y tú
qué hiciste?
—Pues apartarlo, ¿qué iba
a hacer?
—No sé. ¿Es guapo?
—Sí, bueno… pero Pitt y
Sean son más guapos.
—Pero dime… ¿Es alto?
—Sí, bastante, casi tanto
como tío Joseph.
—Hija, tengo que sacarte
las cosas con cuenta gotas… ¿Cómo es?
—Parece que estás
emocionada por ese canalla.
—Me emocionaré sólo si es
guapo.
—Qué rica, pues… es
moreno y tiene los ojos negros también. Sus facciones son duras, pero su rostro
es atractivo, y…
Al ver que su amiga no
continuaba, Puri la instó:
—¿Y?
—Es fuerte, cuando me
agarró noté su pecho y su vientre firmes.
Julia se estaba
ruborizando al hablar de esos detalles y estaba visiblemente nerviosa, así que
su amiga se apiadó de ella, aunque empezó a soñar con una bonita historia de
amor…
—Bueno, da igual, si es
un sinvergüenza bien sirve de poco que sea tan atractivo, ¿no?
Julia volvió a sentirse
cómoda y se relajó.
—Exacto, no sirve de
nada, además ya te he dicho que Pitt y Sean son más guapos que él. Y menos
peligrosos… —No estaba segura de que tipo de peligro representaba Nathan, pero
sabía que aquel hombre era peligroso… al menos para ella.
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